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Pío Moa

El rescate del arte robado por el Frente Popular

Los cuadros del Prado estaban destinados a ser entregados a la URSS en compensación por la última y enorme remesa de armas enviada por Stalin después de haberse agotado, al menos oficialmente, el oro del Banco de España.

María Andrés-Urtasun ha publicado en Ediciones Idea un resumen de una investigación mucho más amplia sobre "el arte perdido en la guerra y localizado en el exterior". El resumen se titula El retorno del arte. Recuperación del patrimonio expatriado durante la Guerra Civil, y tiene el mayor interés. Durante una primera etapa de la guerra fueron destruidas por el Frente Popular gran cantidad de obras y edificios artísticos de diverso valor, bibliotecas, etc., y otras muchas fueron saqueadas. La destrucción continuó durante todo el conflicto, aunque atenuada por medidas tomadas por el Gobierno y por diversas juntas, dedicadas a incautar edificios y bienes del patrimonio nacional a fin de preservarlos de una barbarie inducida muy activamente por la propaganda de los partidos izquierdistas. De ello he dejado algún breve, pero creo que expresivo resumen en Los mitos de la guerra civil. Naturalmente, el estudio de María Andrés-Urtasun es muchísimo más completo y detallado, y ofrece datos tan valiosos como el contraste entre el interés de muchos miembros de las juntas, centrado en preservar el arte por su valor intrínseco y como tesoro nacional, y el interés del Gobierno, centrado en el valor económico de las obras. La diferencia es esencial, pues sabemos que muy pronto Negrín decidió acopiar todo el material susceptible de venta, con un objetivo que explicó él mismo en su correspondencia con Prieto a raíz de la apropiación por este del tesoro del Vita: se trataba de que los jefes se asegurasen los medios económicos más cuantiosos posibles para el caso de ser derrotados y tener que ir al exilio, como ocurrió. Y también, como ha mostrado el historiador anarquista Francisco Olaya, para redondear el envío del oro del Banco de España a Moscú, que se reveló insuficiente para atender a todas las compras de armas y demás.

Un aspecto fundamental y todavía no aclarado fue el motivo del traslado de los cuadros del Museo del Prado y otras pinturas y tapices invalorables, pero de venta imposible o muy difícil en el exterior. Traslado que los puso en graves peligros y que no se justificó nunca por el supuesto de "ponerlos a salvo de los bombardeos", pues todos los peligros de bombardeo provinieron justamente de su traslado. Se trataba de una argucia, y los políticos del Frente Popular sabían bien que El Prado era un lugar seguro, al punto de que lo utilizaron a lo largo de la contienda como lugar de almacén y tránsito de otras muchas obras artísticas. La autora da informaciones muy interesantes sobre los detalles de la expropiación (no la llama así, pero de eso se trató), el traslado a Francia y la vuelta a España de aquellas pinturas y tapices, aunque no se extiende sobre su posible objetivo. Por mi parte, he expuesto la hipótesis a mi juicio más probable: estaban destinados a ser entregados a la URSS en compensación por la última y enorme remesa de armas enviada por Stalin después de haberse agotado, al menos oficialmente, el oro del Banco de España. El modo caótico como terminó la campaña de Cataluña impidió que las obras pasasen de Francia, adonde fueron transportadas en condiciones muy precarias.

El libro no sólo es muy valioso, sino que abre un campo cuyo estudio, como la autora observa, está poco avanzado. Sólo una objeción, no eliminada por las explicaciones que da al final: el arte no fue "expatriado" (mucho menos "salvado" como pretenden con el mayor descaro sus ladrones), sino pura y simplemente robado. Se puede explicar esto de muchas formas, con mayores o menores matices, pero la prudencia de las expresiones de la autora resulta tan excesiva como cuando leemos informaciones sobre iglesias que "sufrieron un incendio en 1936". Indiscutiblemente se trató de un expolio gigantesco, pues, por más que las juntas o muchos de sus miembros trabajasen de forma desinteresada, lo hacían inevitablemente a las órdenes y al servicio de unos jefes políticos que sí tenían intereses muy concretos al respecto. Queda también inexpresado el contraste con la política seguida por los nacionales, de protección del patrimonio artístico. Protección que se extendió luego, como la autora detalla, a su rescate del exterior, que nunca pudo ser total, por no hallarse el rastro de muchas piezas o por haber sido ellas despedazadas o fundidas para su más fácil comercialización.

El libro, vale la pena repetirlo, avanza en un terreno todavía mal explorado, que seguramente permitirá hacerse una idea más exacta del carácter que tomó la guerra por parte del Frente Popular. Y del carácter de quienes hoy hacen la apología de aquellas izquierdas y separatistas, uno de cuyos efectos actuales es la involución antidemocrática en marcha.

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