Nunca como ahora había sido tan insignificante el trabajo del analista político, aunque haya muchos periódicos, ni tampoco los poderes políticos habían sido tan soberbios, tan orgullosos y sordos, tan indiferentes. Nunca habían tenido tan poca importancia los periodistas políticos como en la época de Rodríguez Zapatero y su fiel adversario Rajoy. Ha pasado definitivamente el tiempo que podía un escritor político enfrentarse a un Gobierno o a la oposición institucionalizada con alguna posibilidad de ser oído, de remover actitudes e inercias políticas, conmover al poderoso e incluso provocar algún cambio. La prensa de papel, sobre todo, parece haberse entregado a los poderosos. No le gusta padecer. Enfrentarse. La crítica es cada vez más anodina. Inservible. Antes que padecerla, prefieren estar al lado de los que hacen la "historia".
Tengo la sensación de que el periodista político puede estar a favor o en contra de uno de los dos partidos mayoritarios, también puede apoyar o criticar a los nacionalistas en cualquiera de sus versiones, pero tiene que olvidarse de que su opinión puede influir en la orientación política de los dirigentes. Basta repasar la prensa del domingo de Resurrección para percatarse de que este espíritu de retirada, casi la asunción de que es un destino del periodista vivir al margen, es dominante en todas las columnas y editoriales del domingo. Es como si el columnista político hubiera abandonado su capacidad de influencia en la realidad política. Salvo raras excepciones que no están, o mejor, no estamos dispuestos a tragar con este esquema institucional, el analista político acepta esta situación con resignación reaccionaria. También están los especuladores y, naturalmente, los que hacen mala literatura de la antipolítica de Zapatero para vender más periódicos.
Salidas retóricas, falsas, hay muchas para eludir enfrentarse al hecho histórico-político determinante de la vida pública, a saber, la propia vida política está muerta y la sociedad desarticulada por la perfidia antidemocrática de las elites de los partidos políticos. La mayoría de los "observadores" políticos no quieren enfrentarse a ese desgraciado acontecimiento, en realidad, al fracaso del sistema político español. Se consideran tan poquita cosa, tan seriecitos y correctos, que prefieren sobrevivir parasitando el resto de aliento que le queda al tinglado político. ¿Qué significa vivir del aliento de un sistema político ruinoso? Ocultar, en primer lugar, el desastre; y, en segundo lugar, hacer cabalas sobre si Rodríguez Zapatero adelantará las elecciones generales o, por el contrario completará la legislatura; otros, un poco más ilustrados, imaginan no sé cuántos acuerdos parciales entre el presidente del Gobierno y el jefe de la Oposición, aunque son incapaces de sellar a una posición común para enfrentarse a la crisis económica y del Estado-nación.
En fin, los partidarios de Rajoy, el candidato ideal de los socialistas, esperan con delectación que la crisis arrase a Zapatero, y los de Zapatero creen que aún no todo está perdido, porque el de León ostenta el poder; por cierto que es mucho y lo ejerce sin temor a nada ni a nadie, controla a los jueces para condenar no sólo la corrupción de Mata y el caso Gürtel sino también a quien le venga en gana, y se reserva un golpe de efecto electoral, a saber, el resultado de la negociación con los criminales de ETA. Mientras tanto... la mayoría de los medios siguen ocultando lo fundamental: el tinglado político es inservible. Además, por miedo a la represión que pudiera ejercer sobre ellos la soberbia del poder, no quieren reconocer la mayor de las evidencias: Zapatero ha roto las bases de la convivencia, más o menos pactadas entre los españoles durante la Transición.