Nos hicieron vivir con ansiedad la llegada de la presidencia española de turno de la Unión Europea. Iba a ser la gran tapadera que ocultaría el desastre de la gestión económica del Gobierno, al tiempo que daría la oportunidad a Rodríguez Zapatero de, por fin, demostrar en sede europea su innato liderazgo. Cuando todavía no ha concluido el semestre español no sólo no se ha producido aquél fenómeno astrofísico que nos adelantó –ella sí que es un fenómeno– la señora Pajín, es que hemos dejado de hablar del tema. Nuestro presidente ha sido apartado de la alta magistratura a la que había accedido por mérito temporal en una discreta maniobra de los estados que mandan, Francia y Alemania, y los personajes que tratan de asentar sus reales, Van Rompuy y Lady Ashton. La liviandad intelectual de nuestro insigne líder, las ocurrencias de nuestro canciller y el currículo económico presentado nos ha llevado al rincón de los torpes, donde quedan relegados los que carecen de la autoridad requerida para participar en la dirección de los asuntos de común interés.
Un hecho reciente no sólo prueba esta triste situación, sino que además nos sirve de adecuado marco para escenificar la debacle de la diplomacia española ensayada por Moratinos y auspiciada por Rodríguez Zapatero. El primero se propuso dirigir a la Unión por el camino de la modernidad, levantando la Posición Común sobre Cuba y facilitando al régimen comunista, dirigido por los hermanos Castro, unas cómodas relaciones con Europa. Otra cosa, como señaló en sede parlamentaria, sería un anacronismo, un ejemplo de formas superadas de ejercicio diplomático. No sé si tamaño enunciado llevará a nuestra izquierda a una revisión de sus posiciones historiográficas hasta el punto de agradecer al Vaticano y a Estados Unidos el giro dado en 1953 con la aprobación del Concordato y los Convenios, que según parece eran avanzadillas de una nueva diplomacia que nuestros progres no supieron entender a tiempo. Lo que sí parece bastante claro es que nuestros socios europeos prefieren acogerse a las viejas fórmulas, lo que implica dejar como está la Posición Común y esperar a que los comunistas cubanos muevan ficha antes de realizar cambio alguno.
El ridículo ha sido de dimensiones históricas. Moratinos convocó una cumbre Unión Europea-Cuba en su calidad de jefe temporal de la diplomacia europea. El pobre no se había enterado que de la presidencia europea no quedaban ya ni las raspas. Ni Lady Ashton ni los dirigentes cubanos han mostrado intención de asistir. Eso sí que es capacidad de convocatoria. No sé si la señora Pajín lo calificaría de ridículo galáctico, pero nadie le puede negar sus repercusiones globales. Desde la Transición hasta hoy nunca habíamos tocado tan bajo y lo malo es que no se intuye cuándo saldremos de este túnel.
El proyecto Zapatero-Moratinos está definitivamente muerto porque, aunque sigue contando con un apoyo interior importante, fuera de nuestras fronteras ha perdido todo crédito y autoridad. Y falta lo peor, la bronca económica que nos espera a la vuelta de la esquina. Atrás queda el abandono de una visión sólida de los intereses de España en el mundo y la implantación de una política alternativa asentada en prejuicios progres. En el mejor de los casos tardaremos décadas en recuperar el prestigio perdido. Lo malo es que ese caso no se va a dar.