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José Antonio Martínez-Abarca

Aquel excelente Jaume

Aparte de que fue el mejor ministro de Medio Ambiente habido desde el 78, me indigna que los que presumieron de amistad íntima con él estén a toda prisa aplicando disolvente a las siluetas de las fotos del pasado.

Ahora que al ex presidente balear y ex ministro Jaume Matas le van a negar el entierro en sagrado, echando sus restos al osario de los caballos matalones que no servían más que para ser muertos por el toro en la plaza o en el de los perros desahuciados a los que se les negó su ingreso en la perrera, es bueno recordar que hubo un día en que algunos incluso lo saludaban por la calle. Matas parece ahora mismo como el papá de la familia Vourdalak de Tolstói, quien llegaba a casa en medio de la noche tras una excursión por los páramos y sus hijos no le reconocían porque se había convertido en un vampiro. A Matas hoy le miran a la cara los políticos que delante de estos oídos que se ha de comer la tierra le llamaban "mi amigo" y dan muestras de no haber intercambiado palabra con él en la vida, a pesar de que tiene la misma cara que cuando era ministro de Aznar porque se conserva envidiablemente, al menos mientras el gusano conquistador de una hipotética cárcel no le macere los rasgos.

Ya vemos que el término "amigo" en España no es más que una inflación momentánea del "saludado", y es que aquí se ha tendido siempre a la exageración. Pasa Matas por la calle y los vecindones se apresuran a fregar con zotal el sitio donde se había posado un momento antes su sombra. Y sin embargo fue un muy buen ministro, como ya nos gustaría ahora que hubiese unos cuantos.

Yo no digo que no haya robado nada, que no se haya llevado cruda media Palma de Mallorca a los Estados Unidos mientras estuvo allí domiciliado o que, como me contaba un tertuliano de la tele que tuvo en su día altas responsabilidades en un periódico catalán, el fallecido magnate de los medios Antonio Asensio no dijese de él que era "un hombre con quien se podían hacer muy buenos negocios". A mí Jaume Matas me pareció un buen tipo, inteligente, moderado pero determinado, florentino y fino, cuando me lo presentaron en unas jornadas sobre el trasvase del Ebro celebradas en el Palace de Madrid, pero a lo mejor es lo mismo que dicen los presidentes de escalera cuando sale en los sucesos que el del tercero metía ancianitas en el congelador. Que no nos creemos lo suyo porque resulta que era un señor muy educado que hablaba del tiempo en el ascensor y bajaba la basura. Aunque ahora resulte que más bien se la subía al despacho, la basura.

Pero, aparte de que fue el mejor ministro de Medio Ambiente habido desde el 78, me indigna que los que presumieron de amistad íntima con él estén a toda prisa aplicando disolvente a las siluetas de las fotos del pasado para no aparecer junto a él. Soy de los que creen en los amigos, aunque se descubra que comen niños al horno.

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