La batalla de Andalucía comenzó en 2004 cuando, tras la derrota electoral del PP y el 11-M, se impuso la reorganización de un partido a punto de romperse y, tras la echada de cuentas correspondiente, se vio claro que Andalucía era el campo de batalla esencial de la democracia española. Independientemente de la sinceridad de quienes adoptaron la decisión de enviar a Javier Arenas a Andalucía –muchos de sus enemigos lo anhelaban desde hacia tiempo–, lo cierto es que Arenas le exigió a Rajoy, y los hechos lo han probado, convertir a Andalucía en el eje principal de la batalla democrática española. No hay enemigo pequeño ni hay hecho que deba pasar inadvertido. Un PSOE pagado de sí mismo y arregimentado en un despotismo blandiduro en Andalucía, no se percató del movimiento del adversario. Ahora, plenamente consciente del agujero que se le viene encima, ha reaccionado. ¿Será tarde?
Es posible que para casi todos los políticos, la batalla de la democracia en Andalucía sea una escaramuza electoral más. Se equivocarán. Acostumbrados a no soñar, habituados a no mirar la magnitud y la majestad de los cielos, forzados muchas veces a no levantar los ojos del suelo como si fueran osos hormigueros y algunos, se sabe, ratas de alcantarilla, no comprenden que es necesario ver más allá, que el horizonte se mueve si tú te mueves, como decía el filósofo. En Andalucía muy especialmente, y en general, el gran Sur español, ese gran Sur que parte de Madrid y llega a Tarifa, abriéndose a Extremadura y Valencia y atravesando Castilla la Mancha, se juega España, se juega el futuro de España y se juega el futuro de la democracia y la prosperidad de España. Cuando el dedo señala la luna, el imbécil mira al dedo.
El centro de gravedad de la España autonómica se desplazó hacia el Norte por obra y gracia de los errores constitucionales, perpetuándose así una realidad injusta y desequilibrada que hizo del País Vasco y Cataluña las columnas básicas de la Restauración, de la dictadura de Primo, de la Segunda República y de la dictadura franquista, por acción o por omisión. La batalla de Andalucía es el primer paso en la dirección de hacer de España una democracia, una democracia próspera y una nación equilibrada. Esta batalla debe devolver el centro de gravedad a la media común de las regiones de España y hacer que nunca más la economía, la política y la sociedad giren en torno a dos pequeñas regiones que tienen, como tuvieron, al resto de España como mercado al tiempo que sus nacionalistas lo insultan con una mano y toman su dinero con la otra.
El PSOE ha advertido la gravedad de la circunstancia y cómo una España en la que un Partido Popular digno gobernase desde Madrid a Valencia y Murcia, Extremadura, Castilla la Mancha, Andalucía y Ceuta y Melilla, sería el principio de fin de una casta, cada vez menos oculta tras una ideología de salón, que ha mandado en casi toda España desde 1979 y que ha preferido contemplar el deterioro nacional a perder el poder. Por ello, tras haber donado bienes de futuros nacionales a los pequeños reyezuelos nacionalistas, se apresta ahora a la batalla de Andalucía. Va a ser una pelea a muerte porque de ella algunos no podrán salir heridos sino políticamente muertos.
El PP tiene una de las más grandes oportunidades que ha tenido el centro derecha más o menos liberal en la España constitucional desde 1978. No se trata sólo de conseguir el Gobierno en Madrid, que a veces no se enteran. Se trata de darse cuenta de qué significa esta batalla. No todas las batallas son iguales. Hay batallitas, como a las que se han acostumbrado muchos políticos del PP, que viven tan bien o más en la oposición que en los gobiernos. Y hay batallas históricas: esta es una. Se trata de demostrar cuatro cosas esenciales:
- que España, la España de todos que es de todos pero es España, con su historia y sus valores, no está muerta ni enterrada.
- que la España democrática es mucho más que una oligarquía de partidos alimentados con fondos públicos y que en ella los ciudadanos individualmente considerados tienen un papel más relevante que votar cada cuatro años.
- que la España democrática puede regenerarse antes de degenerar completamente y de que un modelo democrático con fundamento en la separación de poderes, la sociedad abierta, la competencia leal y la racionalidad con fundamento en la experiencia es más una obligación moral que una utopía irrealizable.
- que la España gobernada por un centro derecho liberalizador es más beneficiosa para la igualdad y cohesión de los territorios, mejor para los bolsillo y las familias y fecunda para las libertades, la educación, la ciencia y las artes.
La batalla de Andalucía está en marcha y en esa batalla no sobramos ninguno. El gran sur de Madrid abajo o de Andalucía arriba puede ser el alma de la España democrática del futuro o el cadáver seco de la España desarmada y descuartizada por la desconfianza y la desilusión