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Francisco Cabrillo

Una memoria desmemoriada

Se transmite así la imagen de que unos –los que se asimilan al actual Gobierno– asesinaban poco y, si lo hacían, tenían razones justificadas para ello.

Se ha dicho en muchas ocasiones que el cuadro de Goya que representa a dos gigantes sacudiéndose garrotazos ofrece una buena imagen de nuestro país. El pasado de España no ha sido, en efecto, especialmente pacífico; y lo más llamativo es que, para hacer la guerra, no necesitamos enemigos externos. Nos basta con nuestros paisanos. El tipo del pueblo de al lado, el vecino que nos cae mal o, simplemente, quien no piensa como los de mi grupo son candidatos a ser considerados enemigos. Y una interpretación sesgada de la historia ayuda a conseguirlo.

Afirmó Hayek una vez que uno de los instrumentos más importantes para la extensión de las ideas socialistas en el último siglo ha sido la manipulación de la historia. Y no cabe duda de que una larga tradición de enfrentamientos civiles, como la nuestra, es terreno bien abonado para tal estrategia. Es así como hay que entender la llamada ley de la memoria histórica y, en términos más generales, todos los intentos de utilizar hechos tan lamentables como los ocurridos en la guerra civil como propaganda política setenta años después de finalizada la contienda.

Cuando yo era niño estudiábamos en el colegio la guerra civil y nos enseñaban que había un bando bueno –el nacional– y un bando malo –el rojo. Por desgracia, la guerra se sigue explicando de una forma similar, con la única diferencia de que ahora el bueno es el republicano y el malo es el fascista. Haber conocido las dos versiones hace que uno sea consciente de que en los dos bandos se cometieron auténticas atrocidades y que en ningún caso sirven las excusas que se suelen emplear para justificarlas. Muchos ejemplos podrían citarse. Durante una serie de años los libros de historia españoles explicaban la destrucción de Guernica como el efecto de los incendios que realizaron los propios republicanos en retirada; y no decían, por ejemplo, que el hecho de tener, en zona nacional, un carnet anarquista podía suponer una condena a muerte. Es lamentable ocultar estos hechos, sin duda. Pero no es peor que negar que en el Madrid republicano existía un régimen de terror impuesto por los sindicatos y algunos partidos de la izquierda o que existían checas donde se torturaba y se asesinaba a mucha gente por ser vagamente "de derechas" o, ¡terrible crimen!, por ser sacerdote o pertenecer a una orden religiosa. Se trata de acontecimientos que ocurrieron en circunstancias terribles, por la que los españoles actuales deberíamos sentir vergüenza , nunca vanagloriarnos.

El uso sectario de la historia está llevando hoy a situaciones realmente absurdas, en las que, desde el Gobierno o sus organizaciones afines, se acusa de crímenes a personas que fallecieron hace ya muchos años, mientras el único criminal de guerra que aún sobrevive, el responsable de los asesinatos de Paracuellos, queda al margen de la persecución. Se abren fosas para buscar cadáveres; pero tan pronto como se sospecha que los asesinos eran del bando republicano, se cierran rápidamente y se mira a otro lado.

Se transmite así la imagen de que unos –los que se asimilan al actual Gobierno– asesinaban poco y, si lo hacían, tenían razones justificadas para ello. Los del bando contrario –que hoy se trata de presentar como predecesores del partido de la oposición– mataban mucho, y sin justificación alguna. ¡Ánimo! Incitemos a la revancha y veremos qué bien nos va a todos.

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