La bronca entre norteamericanos e israelíes a propósito de la comunicación de nuevas edificaciones en asentamientos sitos en Cisjordania en plena visita del vicepresidente Biden a Israel, ha provocado, como era de esperar, innumerables comentarios. Sin embargo, lo que a mí personalmente me ha sorprendido ha sido el hecho de que algunos analistas hayan aprovechado la oportunidad para ir más allá del estado de las relaciones entre ambos Estados, apuntando a una evaluación del año largo de presidencia Obama en política exterior. Tiene sentido, porque el vínculo entre Israel y Estados Unidos va mucho más allá de lo bilateral. Israel es el Estado democrático que se encuentra en primera línea frente a los grandes problemas de nuestro tiempo: acceso a los recursos energéticos, islamismo, terrorismo jihadista y proliferación de armas de destrucción masiva. Los intereses son comunes, las respectivas opiniones públicas así lo entienden y sus elites políticas dan por sentada la necesidad de una coordinación entre sus respectivas estrategias. Si la confianza se resquebraja es que algo importante está cambiando, como nos recuerda John Bolton desde las páginas del Wall Street Journal. Netanyahu ve a Obama como un problema para la seguridad de Israel, mientras el presidente norteamericano considera al primer ministro israelí como un estorbo en su política hacia el Mundo Árabe. Cuando esto ocurre es que se ha perdido la sintonía estratégica que ha venido caracterizando la relación entre ambos países durante años, tema al que he hecho referencia en anteriores artículos y que nos proporcionará nuevas ocasiones para la reflexión.
Obama representa un importante cambio ideológico en la política norteamericana, con su lógica repercusión en la diplomacia. Pero lo que subrayan hoy los comentaristas no es tanto su ideología como su incompetencia. Veamos dos ejemplos interesantes por su autoridad y complementariedad. El semanario alemán Der Spiegel, que es diario en su versión online, ha publicado un largo artículo firmado por tres miembros de la redacción, analizando los objetivos y logros de la renovada diplomacia obamita. Desde el Washington Post un clásico del análisis de política internacional, Robert Kagan, centra su columna mensual en el mismo tema. Los primeros representan el pensamiento progresista europeo. El segundo es un conservador norteamericano. Unos y otro coinciden en lo fundamental: Obama ha dado un giro a la política exterior norteamericana, ha planteado nuevas vías de solución de viejos problemas... pero hasta la fecha sólo ha cosechado fracasos.
Las relaciones entre Israel y Estados Unidos no pueden ir bien desde el momento en que Obama ha hecho concesiones excesivas al Mundo Árabe y trata de que Israel siga el mismo sendero, abandonando el principio establecido ya en la Resolución 242 por el que las partes deben avanzar al mismo ritmo. No puede haber confianza cuando Obama se comprometió a impedir que Irán accediera al armamento nuclear y ni ha movido ficha ni se espera que lo haga. Todo apunta a que su Administración da por sentado que Irán se convertirá en una potencia nuclear y, haciendo de la necesidad virtud, trata de aprovechar el miedo árabe al hegemonismo persa para aumentar su influencia en la región.
Allí donde Obama ha intentado dar una lección de cómo su nueva diplomacia es capaz de resolver viejas tensiones, allí ha cosechado un soberbio fracaso. Así ha ocurrido con viejos rivales, como Rusia o China. Así está sucediendo con potencias proliferadoras, como Irán o Corea del Norte. En América Latina ha hecho el ridículo. En Europa ha pasado de despertar pasiones a convencer de la inevitabilidad de la deriva continental. En Asia ha logrado que los indios consideren que Estados Unidos no es un socio serio y en Japón la situación es tragicómica, aunque aquí las responsabilidades están compartidas. Los diplomáticos árabes no ocultan su disgusto y, como sus vecinos israelíes, acusan a Obama de haberles mentido en la cuestión iraní.
Obama ha dañado seriamente la autoridad de Estados Unidos en el mundo. Hay quien piensa, como yo, que sus posiciones ideológicas son una amenaza. Pero, sobre todo, Obama es un incompetente, alguien que confunde sus deseos con la realidad, un dirigente cuya autoestima le lleva a despreciar tanto la experiencia de años como el consejo de quien sabe.