Es sabido que Carrillo, el héroe de Paracuellos entre otras proezas, predicó después de la derrota de su maquis la consigna de "reconciliación nacional". En realidad trataba de buscar la colaboración de sectores más o menos disidentes o descontentos del propio franquismo, a fin de acabar con este, que a su vez había vencido al totalitarismo representado por el propio Carrillo, aunque el coste inevitable fuese un régimen autoritario.
Evidentemente, el jefe stalinista engañó a muy pocos, y menos a los españoles de a pie, que llevaban en su inmensa mayoría mucho tiempo reconciliados. En otro artículo ya expliqué las razones que hicieron fácil esta reconciliación de posguerra, simbolizada en el Valle de los Caídos. Este monumento fue erigido primero a la victoria sobre el totalitarismo marxista, ampliada luego a la reconciliación de los españoles, mediante la sepultura de restos de combatientes de los dos bandos. Combatientes, porque no era ni es posible la reconciliación con los irreconciliables, con los líderes izquierdistas y separatistas que habían querido y organizado la guerra civil y engañado a millones de españoles con un "Himalaya de mentiras", como le llamó Besteiro. Reconciliación bajo la cruz, algo que no aceptaron ni podían aceptar los "jugadores de la política" izquierdistas, pues no en vano intentaron exterminar, física y simbólicamente, el cristianismo en España, borrar hasta su memoria, sin que hasta el momento hayan dado la menor señal de pesar por ello. Si hubiera vencido el Frente Popular, sólo habríamos tenido la venganza absoluta, como en el este de Europa, en cuyo espíritu abundan ahora las izquierdas y los separatismos, o al menos sus jefes.
Por eso, el Gobierno que se declara heredero del Frente Popular y reivindica su chekista legitimidad, vuelve a una "reconciliación" al estilo de la de Carrillo, a fin de vencer, con su clásico heroísmo, a Franco después de muerto. Un objetivo central de su política es el Valle de los Caídos, al que, de momento, quieren privar de contenido religioso, expulsar a los monjes haciéndoles la vida imposible, y quizá convertirlo después en un museo de los horrores de su "memoria histórica" o dejarlo arruinarse. Bastantes de ellos no han ocultado su talibanesco deseo de volarlo.
Que el Valle de los Caídos es un monumento a la reconciliación está ya más que suficientemente explicado y fue visto comúnmente así desde hace muchos decenios. Pero los antifranquistas retrospectivos sólo aspiran a la venganza ¡a estas alturas y proviniendo muchos de ellos del franquismo!, para lo cual emplean con despotismo característico el poder que detentan, provocando y ofendiendo los sentimientos de gran número de españoles, tratando de recomponer los odios del pasado.
Algo permite entender perfectamente la clase de "reconciliación" que también invocan con hipocresía: para cumplir las fechorías que proyectan, han de emplear la mentira de modo masivo: el Valle de los Caídos, afirman, fue construido por 20.000 presos "políticos" en régimen de trabajo esclavo. Tal inmenso embuste (lo más irritante de los rojos, decía Gregorio Marañón, es su constante mentira) condensa toda su "memoria histórica" y la barbarie de sus designios. Urge la reacción.