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David Jiménez Torres

La pesadilla británica de Rajoy

Cameron pensaba que la indefinición era el mejor antídoto para los estereotipos y prejuicios contra la derecha; no vio que también puede darles cancha. Lo mismo puede pasar en España.

La derecha española debería estar siguiendo con mucha atención lo que está sucediendo en el Reino Unido. Y es que a pocos meses de las elecciones generales, tras trece años en la oposición, tras estar desde finales de 2007 por delante en las encuestas, después de llegar a tener más de veinte puntos de ventaja sobre sus adversarios y de que éstos obtuvieran en las elecciones europeas su peor resultado en casi cien años... los conservadores de David Cameron están perdiendo terreno en las encuestas. A finales de febrero, una de ellas los situaba sólo dos puntos por encima de los laboristas de Gordon Brown, y ya se discute seriamente la posibilidad de que los tories no consigan la mayoría absoluta; todo un fracaso en un país cuyo sistema electoral está diseñado para facilitar las mayorías absolutas, y donde no se produce un hung parliament o Parlamento dividido desde 1974.

La derecha española debería prestar atención a lo que está sucediendo en el Reino Unido porque la debilidad de los tories, la que está poniendo en peligro en la recta final una victoria cantada desde hace años, es la misma que la del PP: la indefinición. Cameron patentó en la derecha británica ese nadismo que luego ha adoptado Rajoy, ocupando un espacio tan impolutamente nebuloso como un anuncio de Don Limpio y esperando que el desgaste de la crisis económica y de trece larguísimos años en el gobierno acabe con los laboristas. Dicho de otro modo, Cameron no ha salido a heredar como un visigodo sino como un dandy de jersey anudado al cuello; no mediante batalla sino mediante muerte natural del adversario. Pero lo que demuestran las últimas encuestas británicas es que la gran baza de los tories se está convirtiendo ahora tanto en escudo como en arma arrojadiza del enemigo. Los laboristas les reprochan a los conservadores que no propongan nada, que prometan austeridad pero al mismo tiempo digan que no tocarán ningún aspecto del gasto público, que aseveren que arreglarán la situación económica pero no digan qué harían de forma distinta a la de los laboristas. Son acusaciones válidas y que calan entre los ciudadanos. Un mal gobierno no suple una falta de credibilidad en la oposición. Que se lo digan a los italianos.

Pero el problema de ese espacio vacío dejado por Cameron y Rajoy no es sólo que el contrincante lo pueda señalar como debilidad: también es que puede apresurarse a rellenarlo a su conveniencia. En este caso, y en las últimas semanas, con las cornetas de "¡que viene la derecha!", con el monstruo conservador engulle-hospitales, come-escuelas y aplasta-pobres, y con esa hija de Satán que fue la Dama de Hierro. Como demuestran sus pérdidas en las encuestas, los tories todavía no han encontrado un antídoto a estos miedos antediluvianos. Y es que les pasa con Thatcher y con sus años de Gobierno como al PP con Aznar: entre reivindicar o rechazar a su último gran líder, han escogido la peor de las opciones, quedarse a medias. Sin renegar de su pasado ni marcar distancias claras y decisivas con él, han aceptado implícitamente la mitología cultural de los tenebrosos años de la derecha carca. Resultado: han dado obuses al enemigo antes de quitarse de su radio de tiro. Y el enemigo tira. Y les da.

Cameron pensaba que la indefinición era el mejor antídoto para los estereotipos y prejuicios contra la derecha; no vio que también puede darles cancha. Lo mismo puede pasar en España. El que la única respuesta sindical a la gravísima situación económica sea ese "¡Que no se aprovechen de la crisis!", supone un serio aviso. El monstruo de derechas llena mejor el espacio de la nebulosa pepera que la niña de Rajoy.

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