Es estas últimas semanas se ha hablado mucho, y de hecho se sigue hablando, del desastroso estado en que se encuentra nuestra política exterior. Tanto en medios vinculados al mundo liberal-conservador como en aquellos otros que se encuentran en la órbita socialista esta afirmación se ha convertido en un lugar común. Parece que hay un acuerdo muy amplio a la hora de considerar como incompetente, sectaria e inmoral la labor del tándem formado por Zapatero y Moratinos. Un acuerdo que se mantiene a la hora de valorar los costes que en el medio y largo plazo tendrán para España. Cuando Rafael Bardají y un servidor escribimos al alimón un breve texto publicado por FAES titulado La España menguante, al poco de comenzar la primera legislatura del PSOE renovado, estábamos describiendo una realidad que resultaba evidente a los ojos de un profesional. Para muchos resultó una ocurrencia más o menos brillante para hacer legítima oposición... pero no era el caso.
Tras seis años de Gobierno Zapatero, la situación es más grave de lo que parece. No sólo nuestra diplomacia ha abandonado la defensa de los intereses de Estado, actúa desde la inmoralidad, es incompetente hasta para hacer el mal y, a fin de cuentas, nos ha abocado a la irrelevancia. Además, y no es poco, ha interrumpido un proceso histórico por el que los españoles estábamos, poco a poco, entrando en los grandes debates de nuestro tiempo. La combinación de gestión zapateril de los asuntos externos y auge de la taifa está empujando a nuestra sociedad a un renovado localismo, no tengo inconveniente en decir paletismo, que vuelve a dar la espalda a esos grandes temas que no sólo van a marcar nuestras vidas en los próximos años sino también las de nuestros hijos. De la mano de un Gobierno irresponsable y de una clase política ávida de recursos y empleos hemos entrado en un mátrix tan cutre como estéril, que nos permite vivir de espaldas a la realidad confiados en que todo se encuentra bajo control. Pero no es así. No sólo nuestras pensiones están en peligro.
Valgan algunos breves ejemplos para aclarar lo que trato de denunciar. En estos momentos está en marcha una negociación en el seno de la Alianza Atlántica para establecer sus líneas maestras. Hasta la fecha está siendo un desastre, hasta el punto de que la diplomacia norteamericana ha empezado a marcar distancias. El fin del "vínculo transatlántico" es un hecho. Su trascendencia histórica es evidente... sin embargo nuestros medios de comunicación viven de espaldas a este debate, así como las infinitas tertulias que tratan de ordenar, o de enredar, el debate público. Sin una Alianza Atlántica en sentido estricto habría que suponer la emergencia de un dispositivo de seguridad europeo, más aún ahora que ya disponemos del tan anhelado Tratado de Lisboa. Sin embargo, no es así. Logrado el dichoso texto, los grandes se ocuparon de nombrar a dos personajes irrelevantes para los puestos de responsabilidad, garantizándose así su autonomía. No estamos ante una fase de avance en la convergencia europea sino, bien al contrario, en un momento de renacionalización de las políticas exterior, de seguridad y defensa de las grandes potencias. ¿Estamos debatiendo este tema en nuestros foros públicos? ¿Hemos valorado en qué medida afecta a nuestros intereses nacionales? El mundo está viviendo un cambio formidable en el ámbito de la política internacional y los españoles ni nos estamos enterando, ni estamos analizando las distintas posiciones, ni parece preocuparnos cómo nos puede influir. Lo nuestro es la inopia, ese dulce estado de indigencia intelectual y moral tan característico de los estados de decadencia.