La conmemoración del 11-M pone en evidencia la crisis del sistema. Todo ha sido caos y dispersión por parte de los políticos. Buscan el olvido. Las víctimas han ido por un lado, mientras que los políticos intentan diluir el acontecimiento en retóricas vacías. Pero, antes de nada, es menester recordar qué nos trajo exactamente el 11-M: un cambio de Gobierno. También afectó decisivamente a la transformación del régimen político. Y, por supuesto, nadie debería sustraerse a repensar la principal conclusión surgida de ese acontecimiento trágico: fue un golpe de Estado. El golpe de Estado perfecto es, sin duda alguna, el que menos se nota. El golpe de Estado es psicológico o no es. Fue psicológico el 23-F, y también lo fue el 11-M. El sistema político quedó noqueado. La salud mental y política de los españoles aún no se ha recuperado.
La ciudadanía española sigue trastornada por la dureza del golpe. Desde entonces hasta hoy, a pesar de las consignas "pacifistas" del régimen de Zapatero, todo es desilusión, deriva y engaño. O peor, autoengaño. La casta política es tan frívola que saca pecho, y cree que tiene todo en sus manos. Necios. También a ella le pasará factura este trauma. Pobres. Los miembros de la casta siguen felices, haciendo como que no pasa nada. Son piruetas de distracción para que nadie exija democracia. Destacan, en estos obscenos juegos de simulación, Bono, que cree que engaña a las víctimas con sus ridículas soflamas, y Zapatero, que incluso pasa de las víctimas con una dejadez propia de dictadorzuelo caribeño.
De acuerdo, de momento ellos están salvándose, pero no será por mucho tiempo; para empezar estos ocupas de las instituciones, incluidos los burócratas que controlan los partidos, empiezan a ser percibidos como un peligro público. Miren las encuestas y comprobarán su descenso de popularidad. Ellos insisten en "administrar" su poder, o sea, procuran decirnos a cada momento qué es y qué no es la "democracia", pero el personal los desprecia, e incluso comienza a ponerlos como los primeros responsables de la crisis económica. ¡Quizá por aquí, ojalá, el personal empiece a pedirle responsabilidades a la casta por su silencio ante la investigación del 11-M! Pero mientras que de la fatalidad no surja un poco de libertad, tenemos la obligación moral de ser realistas. Repitamos lo obvio: nadie sabe nada sobre el 11-M, excepto que sirvió para que llegara Zapatero al poder y, de paso, eliminó cualquier atisbo de una oposición política fuerte y contundente con el socialismo en el poder.
Respecto a los medios de comunicación tampoco da para mucho la cosa: la mayoría traga con la versión oficial y, en el sexto aniversario del atentado, las portadas de la mayoría de los periódicos ya no recogen la conmemoración del 11-M con el respeto que merece tal acontecimiento. Son los mismos medios que han tratado de ocultar lo inocultable, de olvidar lo inolvidable. Serán, en fin, los principales cómplices que tendrán Zapatero y Bono para borrar, definitivamente, la conmemoración del 11-M, porque no se atreverán a criticar la fechoría de pasar la fecha del 11-M al 27 de junio. ¡Se necesita tener cara!
En todo caso, puede que el gentío pase del 11-M, quizá la chusma no quiere saber quién se cargó la democracia, e incluso habrá millones de votantes que estén satisfechos con Zapatero, pero nada de eso nos impedirá levantar acta de lo obvio: el sistema político está muerto. No ilusiona a nadie. La convivencia política está en cuestión, entre otros motivos, porque la representación política es peor que defectuosa, falsa; la organización territorial del Estado ha matado a la nación; y, finalmente, la Justicia está sumida en el caos.
Hoy por hoy, a la vista del fracaso de la sexta conmemoración del 11-M, todo es desilusión.