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Eva Miquel Subías

Del niño melón y memeces varias

No se trata sobre la conveniencia o no de prohibir las corridas de toros en Cataluña por un supuesto maltrato al animal, porque si así se tratara, estaríamos hablando de abolir los correbous.

Todavía recuerdo las carcajadas que solté cuando pude ver en el cine una comedia musical española dirigida magistralmente a principios de esta década por Emilio Martínez Lázaro y que me hizo pensar en su día que quizás el cine español empezaba a regenerarse y volvía con esta cinta a tomar aire fresco. Apenas un suspiro me duró mi frustrado anhelo.

Poco podía imaginar el director que el papel reservado a Guillermo Toledo en El otro lado de la cama llenaría de sentido a toda su filosofía de vida años más tarde. Me refiero por supuesto a la escena en la que nuestro reivindicativo actor aparece en un escenario con un melón en la cabeza al grito de "soy un niño melón... soy un niño melón...". Perspicacia a tope.

No hace falta que me emplee a fondo en explicar las razones por las que el fruto de la melonera tiene la culpa de que este actor tenga una visión tan sesgada y obtusa de lo acontece a nuestro alrededor porque sus recientes palabras al hilo del fallecimiento del preso cubano Orlando Zapata evidencian el concepto que éste tiene sobre la libertad y los derechos humanos. Aunque lo más probable es que tanto producto químico en los tintados de las camisetas con lemas absolutamente oldfashion acabe alterando irremediablemente el sentido común.

Y como la falta de seny es lo que más abunda en mi tierra desde que los tres partidos integrantes del Gobierno de la Generalitat decidieran permanecer coordinadamente descoordinados con rumbo a ninguna parte, nos vamos a ella una vez más para asistir a uno de los espectáculos más absurdos y bochornosos de los últimos tiempos. El debate, al parecer urgente y necesario y sobre todo demandado por los ciudadanos catalanes sobre la aniquilación de la Fiesta Nacional.

Llamemos a las cosas por su nombre. Porque no se trata sobre la conveniencia o no de prohibir las corridas de toros en Cataluña por un supuesto maltrato al animal, porque si así se tratara, estaríamos hablando de abolir los correbous y por supuesto, de prohibir cualquier práctica de tortura a todo animal como la ocasionada en las muchas Festes Majors de los pueblos catalanes. Y no es éste el tema central, ya que éstos fueron "blindados" por ley el mes pasado, no vaya a ser que en las Terres de l´Ebre se escapen por el sumidero los votos que no se llegaron a diluir con el efecto agua y trasvase.

La estrategia a seguir desde hace tiempo no tiene nada de clandestina, la ponen en práctica de manera bien abierta y sin pudor. Las coordenadas malignamente marcadas son las que establecen la progresiva desaparición de cualquier símbolo, gesto y olor que nos recuerde nuestra esencia española, que es la que es, por mucho que unos se empeñen en devastarla.

Joselito, sin demasiados aspavientos, resumió mucho en muy poco al iniciar su alocución en el Parlament de Catalunya: "Me llamo José Miguel Arroyo, soy madrileño y español, podría ser catalán y sería también español". Algo evidente pero que conviene recordar en estos días de confusiones diversas. Como lo hará con su habitual genialidad y sabiduría a la hora de defender nuestra Fiesta el maestro alicantino Luis Francisco Esplà el próximo 17 de marzo, en compañía del torero de Montcada i Reixach Serafín Marín, asiduo de Las Ventas.

Y es que esta semana hemos podido ver en la Cámara catalana pocas y descoloridas barretinas y mucho niño melón.

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