Hay algo particularmente repulsivo en el asesinato de Orlando Zapata por los comunistas cubanos: las torturas a las que ha sido sometido, sin duda, el desprecio por la vida humana, y la sospecha que eso, el asesinato de los disidentes, es la garantía de que el comunismo, ahora castrismo o chavismo, sigue por el buen camino. Así se entiende mejor la favorable disposición del Gobierno socialista español y el silencio de Rodríguez Zapatero –rectificado tarde, y a la fuerza, cuando las palabras ya no tienen valor–, que expresa comprensión hacia el comunismo, en Cuba y en otras partes del continente americano. Si la ideología requiere muertos –es decir, asesinatos y torturas como los que han acabado con la vida de Orlando Zapata–, sabemos que el Gobierno español lo entiende. En cambio a Honduras, que ha cometido el imperdonable pecado de oponerse al designio golpista de Chávez, se la ningunea y no se envía a nadie a la toma de posesión del presidente...
De por sí, la querencia de los socialistas por el comunismo no tiene mucho sentido. Pero el régimen cubano significa la utopía, a la que no se renuncia, y, a partir de ahí, una suerte de legitimidad última, de autorización para actuar sin la menor compasión con el adversario, transformado en enemigo al que el carácter utópico del proyecto socialista permite sacrificar. Desde esa perspectiva, el crimen cometido en la persona de Orlando Zapata hace posible los cordones sanitarios, la censura informativa, el ninguneo intelectual y moral.
Por eso no bastan las palabras de condena de Rodríguez Zapatero. Sólo con una rectificación de fondo de la política con Cuba y en general de la política en América Latina, se podría empezar a pensar que los socialistas españoles han dejado atrás su sectarismo.
Eso conllevaría, además, un cambio en la consideración del papel de España. Rodríguez Zapatero y los suyos han convertido a nuestro país en una sucursal, una portavocía de los regímenes totalitarios de América Latina. Paradójicamente, han subordinado la dignidad de España a ese resorte moral último, irrenunciable, que les lleva a depender de Cuba, y ahora de Venezuela. Con ellos, pasa a la misma situación de dependencia toda la política exterior española. Como el régimen cubano representa el núcleo, el epicentro ideológico, nosotros, los españoles, debemos tolerar crímenes como este con tal de que los socialistas puedan seguir presumiendo de lealtad a su ideología. También quedan subordinados los intereses españoles, en cuanto van más allá de los de los inversores actuales en la isla. Y España renuncia, por la misma razón, a apoyar y promocionar la democracia y los regímenes americanos que apuestan por la moderación y la estabilidad institucional, que son los más, y los más importantes, incluidos México, Brasil, Chile, Colombia... y Honduras, entre otros. Es más cómodo, y parece que más gratificante, que nos ninguneen en la Unión Europea y que nos dicten lo que tenemos que hacer los demagogos y los dictadores de América Latina.