La batalla de Marja
Los talibán necesitan algo parecido a bases logísticas y Marja era probablemente la más importante que tenían en todo Afganistán, con lo que su desbaratamiento no acaba ciertamente con ellos, pero les asesta un duro golpe.
El asalto a esta ciudad, cabecera de un distrito agrícola mucho más rico y densamente poblado que la inmensa mayoría del montañoso y árido territorio afgano, comenzó el sábado 13 y podría quedar todavía un mes antes de conseguir un completo dominio de una zona de unos 80.000 habitantes y de su núcleo urbano. 6.000 hombres participan en el asalto y otros tantos o algunos más aseguran la zona rural, donde comenzaron a operar con muchos días de antelación, de modo que la sorpresa ha estado ausente de la estrategia de ataque. Uno de los objetivos de la visibilidad de los preparativos era alentar la evacuación de los civiles, como se hizo en el 2004 en Faluya, Irak, el más claro precedente de la operación ahora en curso. Los talibán, que gobernaban la zona desde hace años, lo han impedido, mientras que una parte sustancial de sus fuerzas han abandonado la zona dejando detrás un núcleo de resistencia pequeño, de unos pocos centenares, pero bien armado y atrincherado y dispuesto a todo, y unos accesos atiborrados de minas y explosivos improvisados, que convierten en una pesadilla el avance por un terreno surcado de canales de riego y de muros de adobe.
El propósito expreso de reducir al mínimo los daños colaterales a la población, que no sólo es en principio favorable a los que hasta ahora los han gobernado, sino que además vive de la producción de opio, cuyo futuro ven ahora en entredicho, ha complicado enormemente la acción y ha hecho que a pesar de las enormes ventajas tecnológicas una gran parte de la batalla se esté librando con los medios más tradicionales que imaginarse pueda: infantes armados con un fusil y llevando en sus abultados macutos menos de lo absolutamente indispensable. Los capitanes de compañía disponen de ordenadores portátiles con antenas para satélite que les permiten conectarse con los aviones sin piloto que sobrevuelan el área de combate proporcionando una precisa imagen de lo que tiene lugar bajo sus alas, pero los marines americanos que llevan el peso de la operación hacen su peligrosa labor en condiciones sumamente penosas.
Aunque se repite con insistencia que es la batalla de mayor volumen desde que los americanos comenzaron su intervención en el país, en realidad se trata de la primera que merece tal nombre. La guerrilla se denomina así porque sus acciones son menores que las propias de una guerra hecha y derecha. El guerrillero realiza emboscadas y asalta objetivos escasamente protegidos, con la máxima sorpresa. El tipo de insurgencia que los talibán han importado de Irak no llega siquiera a eso. Sus métodos son más propios de un terrorismo generalizado y sistematizado, incluyendo el uso de suicidas de inspiración religiosa. Lo absolutamente normal es que eludan el combate y se dispersen. Pero en la medida en que no son una mera fuerza local y circunstancial, necesitan algo parecido a bases logísticas y Marja era probablemente la más importante que tenían en todo Afganistán, con lo que su desbaratamiento no acaba ciertamente con una fuerza tan flexible como la de los talibán, pero le asesta un duro golpe. Que una mayoría de insurgentes se hayan puesto a salvo, abandonando importantes activos económicos y militares acumulados durante años, hay que considerarlo como normal. Parte de esa normalidad es que regresen a reconstruir su base de operaciones una vez que escampe la tormenta.
Eso es precisamente lo que trata de evitar una estrategia de contrainsurgencia como la que pretende desarrollar el general McCristall. Clear, hold and build. Despejar el terreno de enemigos es la fase actual y la menos exigente, a pesar de la resistencia encontrada, que trata de elevar el precio del asalto y desprestigiar la estrategia del asaltante, recordando a la población quién ha sido y volverá a ser su verdadero amo. De ahí la importancia de la segunda fase, retener lo conquistado, algo verdaderamente difícil con fuerzas limitadas. La operación prevé la inmediata llegada, una vez despejado el terreno, de un elevado número de policías nacionales con apoyo de fuerzas militares igualmente afganas y un núcleo de administradores civiles para iniciar inmediatamente las tareas de gobierno y reconstrucción.
Sobre todo ello aún queda mucho por ver. El propósito de la administración Obama es afganizar la guerra a marchas forzadas, pero el plazo de mediados del año próximo parece a todas luces incumplible. Uno de los objetivos de la operación en curso era hacer una demostración de las capacidades adquiridas por el nuevo ejército afgano, todavía en formación. Cuando han actuado en íntima colaboración con los americanos los resultados no han sido malos, pero lo que hasta ahora se ha demostrado es que por sí mismo son casi completamente incapaces.
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