Turquía espera aprovechar el semestre de Presidencia española de la Unión Europea (UE) para impulsar sus más que ralentizadas negociaciones de adhesión con Bruselas, y en paralelo, tratar de jugar un activo papel diplomático en relación con Irán.
Moratinos explicaba el 7 de enero que España espera contribuir a desbloquear nada menos que cuatro capítulos de los treinta y cinco que componen la compleja agenda negociadora entre Turquía y la Unión iniciada en octubre de 2005. Y tal voluntarismo se anunciaba a pesar de que la propia UE bloquea ocho capítulos desde 2006 –cuatro de ellos a petición de Francia– ante la negativa de Ankara a permitir que en sus puertos y aeropuertos atraquen o aterricen buques y aeronaves chipriotas; o de que Chipre haya emitido reservas sobre la apertura de otros seis, también ligados al no reconocimiento turco de este Estado miembro, algo inaudito para quien desea integrarse en el club comunitario.
Tampoco ayuda a los deseos de España el calendario político de los próximos meses, pues en abril se celebran elecciones en el norte de Chipre –en la autodenominada "República Turca de Chipre del Norte", que sólo Ankara reconoce– y todo parece indicar que se impondrán los sectores más duros y por ello menos dialoguistas con Nicosia. Ahora que se aproxima la Cumbre UE-Marruecos, prevista para el 8 de marzo, y que es presentada como un hito más de la Presidencia española, cobran fuerza en Alemania, Austria o Francia quienes desearían para Turquía una relación privilegiada parecida al Estatuto Avanzado que Marruecos –que solicitó también oficialmente en 1987 como Turquía su adhesión a las Comunidades Europeas–, está en vías de disfrutar. comprometida posición además para unas autoridades españolas que, en su harto declarada vocación mediterránea, se han mostrado favorable a avanzar rápidamente con las adhesiones balcánicas. Todas ellas de mucha menor solera que la solicitud turca; Serbia, Macedonia y Montenegro solicitaron la adhesión a fines de 2008 y Albania en abril de 2009. Tales obstáculos se agudizan además ante el empuje islamista cada vez más evidente de unas autoridades turcas que, con Abdulá Gül como presidente y Recep Tayyip Erdogan como primer ministro a la cabeza. Tras siete años ininterrumpidos en el poder, están cada vez más obsesionadas con los supuestos "ruidos de sables" que buscarían acabar con esa experiencia políticorreligiosa que tanto agrada a los defensores de la Alianza de Civilizaciones. Además está su progresivo alejamiento de Israel, desde 1996 aliado estratégico de este país musulmán –y miembro de la OTAN desde 1952. Además esta el enfriamiento del acuerdo alcanzado en 2009 con Armenia ante una reciente sentencia del Tribunal Constitucional de este país, insistiendo en la cuestión del genocidio que Ankara no quiere reconocer. Todo esto contribuye a dificultar aún más las cosas.
Además, la insistencia turca de ejercer como mediador entre Irán y Occidente en la cuestión nuclear –el Ministro de Asuntos Exteriores turco, Ahmet Davutoglu, visitaba Irán el 16 de febrero– puede volverse contra Ankara, pues los riesgos de fracaso son altísimos dada la actitud de Teherán. Además, estrechar demasiado los vínculos con la República Islámica puede ser pernicioso en términos de imagen. Turquía es el único vecino de Irán que no impone visado a sus nacionales, y un gasoducto iraní abastece al mercado turco.
Turquía es demasiado peligroso, incluso para los entusiastas de la Alianza de Civilizaciones.