Por qué morimos más en invierno
La información de la vitamina D es crucial e imposible minimizar su relevancia. Es obligación de todos transmitir dicha información a nuestra familia y amigos. Como en tantos otros temas, las autoridades públicas ni están ni se las espera.
En 1911 el bioquímico polaco Casimir Funk descubrió la primera vitamina, en los años 50 Denham Harman expuso la teoría de los radicales libres y la oxidación para explicar el envejecimiento y la enfermedad, y en el año 2006 se propuso la de la gripe por la insuficiencia de vitamina D. En efecto, los descubrimientos sobre la vitamina D en los últimos tiempos han supuesto un auténtico hito en la ciencia y la medicina, sobre los que el cardiólogo William Davis ha afirmado que son el más increíble hallazgo de salud de los últimos 50 años. En realidad, el origen de todo fue en los años 60 cuando el Dr. Hope Simon habló de un "estímulo estacional" sobre la gripe, al comprobar que era mucho más frecuente en las estaciones y latitudes frías. Pero no fue hasta 2005 cuando un golpe de casualidad le permitió a un psiquiatra llamado John Cannell explicar las intuiciones de Hope Simon. Aquel invierno, la gripe resultó especialmente virulenta en Estados Unidos y en el centro de salud californiano donde el Dr. Cannell ejercía. Pero había un hecho chocante: en comparación con el resto de pacientes y médicos, ninguno de sus pacientes contrajo la gripe. La razón pronto se descubrió: sólo sus pacientes estaban recibiendo altas dosis de vitamina D. Y es que, efectivamente, los niveles de vitamina D ascienden en verano gracias al sol y se reducen lógicamente en invierno.
En 2006, el Dr. Cannell presentó en Virology and Immunology una excelente construcción de su teoría observando cómo en todo el mundo puede verificarse que los niveles de vitamina D son predictivos de la extensión y gravedad de la gripe. En 2009, el estallido de la particular gripe A H1N1 resultó un inesperado banco de pruebas. Médicos que suplementaban a sus pacientes con vitamina D como el Dr. Norris Glick en Wisconsin y la Dra. Ellie Campbell en Georgia reportaron la misma experiencia que Cannell en 2005, aunque con la H1N1. Todos sus pacientes parecían inmunes, y la diferencia única es que suplementaban vitamina D. Pero realmente, el asunto de la gripe sólo sería el principio de la revolución de esta vitamina.
El Dr. Zheng Cui es uno de los más reconocidos científicos en el mundo del cáncer y muchos se han familiarizado con sus trabajos gracias al best-seller mundial Anti-Cáncer del Dr. Servan-Schreiber. En 2007, publicó un estudio en Proceedings of the National Academy of Sciences fruto de sus investigaciones sobre las diferentes capacidades entre individuos para combatir y destruir el cáncer. En el mismo concluía: "Casi nadie parece tener habilidad para combatir el cáncer entre los meses de noviembre y abril". Creo firmemente que los niveles de vitamina D son la explicación. Si recopiláramos algunos estudios sobre vitamina D y cáncer, podríamos comprobar que unos niveles superiores de la misma pueden reducir la incidencia de cáncer de pecho un 83%, cáncer de colon un 60% o cáncer de riñones un 49%. Además, la diabetes tipo I hasta un 60% o la esclerosis múltiple hasta un 54%.
Lo más alarmante es que la insuficiencia de vitamina D es global –por ejemplo, se cree que más de un 70% de norteamericanos la padecen– y lo peor de todo es que las recomendaciones oficiales de consumo de vitamina D (400 Unidades Internacionales para adultos) son claramente insuficientes. Un editorial de 2007 del American Journal of Clinical Nutrition criticaba duramente la pasividad de las autoridades públicas sobre este asunto, haciendo un llamamiento a los medios de comunicación, al Food and Nutrition Board de Estados Unidos y a la Comisión Europea de Salud. Hoy los expertos en esta vitamina consideran que el consumo ideal universal es de entre 1.000 y 2.000 UI diarias para niños y adultos de vitamina D3 –la forma ideal, que es la producida por el Sol. Las estrategias para conseguir niveles superiores son el Sol sin fotoprotección (lo que conlleva riesgos de melanoma), el consumo de pescados grasos y la suplementación de al menos 1000 UI diarias de vitamina D3. Los niveles óptimos en sangre son los superiores a 45-50 ng/ml aproximadamente (en lugar de más de 25-30 ng/ml como suele recomendarse), y pueden medirse fácilmente en un análisis rutinario. Entre otras muchas aplicaciones, la teoría de la vitamina D es pujante en la explicación del autismo, su insuficiencia contribuye a la hipertensión y tiene efectos terapéuticos sobre la psoriasis, dermatitis seborreica, gingivitis, asma, diabetes adulta o tipo II y se ha propuesto como una vitamina esencial en la medicina cardiovascular.
Respondiendo a la pregunta del título, un estudio griego publicado en 2009 en el Canadian Medical Association Journal concluía tras analizar la estacionalidad de la mortalidad en 11 países entre los que estaban España, Japón, Australia, Estados Unidos o Francia, que septiembre es el mes en el hemisferio norte con más baja mortalidad, mientras lo es marzo en el hemisferio sur. Por suerte pude comprobar que mi intuición coincidía con las de los autores, quienes apuntaron como explicación a la vitamina D, que muestra al final del verano sus niveles más altos en la población. Y este efecto reductor de la mortalidad no debe ser novedoso, pues ya en 2007 investigadores del King’s College de Londres comprobaron que la vitamina D está asociada con telómeros más prolongados en mujeres (los telómeros son una parte del ADN que se acorta con el envejecimiento y se consideran un reloj biológico con el que pronosticar la longevidad).
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