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José García Domínguez

Cumbres borrascosas

Juntos y revueltos, los partícipes de esa sociedad de gananciales lucen desnuda su obscena, clamorosa mediocridad; separados, en cambio, aún pueden pescar en casi todos los caladeros del imaginario catalanista.

Con ánimo de descubrir a qué altura vuelan las águilas de la intelligentzia en mi veguería, ojeo la gaceta más principal de la comarca del Barcelonès y tropiezo, incrédulo, con el siguiente sintagma: "La repercusión que han tenido aquellas palabras ["Cataluña no apoyará más artefactos inestables"] me aconseja un ejercicio de explicación [que no una vulgar explicación], para tratar de ampliar, mejorando la precisión y claridad, el zoom excesivo con que han sido leídas". Cráneo previlegiado que diría el clásico. En fin, si Ernest Maragall, para más inri el consejero de Educación, arrostra dislexia semejante a la hora de redactar una simple cuartilla, imagine el lector cuán vertiginoso ha de ser el techo que alcanzan las otras cumbres borrascosas de la Cataluña contemporánea.

Por lo demás, ese "zoom" que pugna por ampliar el miembro más juicioso del clan Maragall desde la guerra de Cuba no es otro que el de la ritual quema en efigie del Tripartito. Teatral simulacro escénico que ha dado pábulo a la peregrina especie de que el sector más catalanista –léase catalán – del PSC, exclusivo sanedrín de las familias bien de toda la vida, estaría por plantar cara a don José y sus toscos arribistas del extrarradio. Nada más lejos de la prosaica verdad, sin embargo. Así, el otro Maragall, un apparatchik para quien no existe vida fuera de la política, se ha limitado a obedecer las órdenes de su Señor. Como antes. Como siempre. Como todos. 

A fin de cuentas, el ofuscado Ernest no ha hecho más que repetir a La Vanguardia la misma doctrina que anda predicando en la retaguardia José Zaragoza, el patibulario valido de Montilla. Un guión, por cierto, que recuerda demasiado al de aquella comedia bufa que ya representara el PSC durante los estertores del primer Tripartito, cuando expulsó del Templo a la Esquerra para readmitirla entre hosannas y aleluyas al día siguiente de las elecciones. No, no lo ignoran: juntos y revueltos, los partícipes de esa sociedad de gananciales lucen desnuda su obscena, clamorosa mediocridad; separados, en cambio, aún pueden pescar en casi todos los caladeros del imaginario catalanista. Apenas falta medio año, pues, para que don José recite, somnoliento, la manida liturgia de siempre: "¡El Tripartito ha muerto! ¡Viva el Tripartito!".

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