El director de la CIA, Leon Panetta, y otros altos cargos de la Seguridad norteamericana como el director nacional de Inteligencia, Dennis Blair, confirmaron a inicios de este mes al Comité de Inteligencia del Senado la grave posibilidad de un ataque terrorista de Al Qaeda en Estados Unidos antes del mes de julio. Sus palabras no fueron demasiado aireadas por los medios porque dicho reconocimiento resultaba a las claras otro problema serio para Obama. La mediocre labor de su administración en lo referente a la seguridad nacional contrasta con la reiterada amenaza terrorista por parte de Al Qaeda y de la dictadura islamista de Irán, todo lo cual está preocupando a la ciudadanía. A eso se une, además, al fiasco de pretender ubicar el juicio de los cerebros del 11-S en Manhattan y la paralela consideración de los terroristas como delincuentes comunes con derechos constitucionales.
El peligro que no cesa de un posible ataque a gran escala en Estados Unidos quedó aliviado en parte durante los años de George W. Bush con una política antiterrorista que funcionó adecuadamente, según prueba el hecho de que esta nación no sufriera ningún ataque más con éxito tras el 11 de Septiembre. Con Obama en la Casa Blanca la preocupación ha vuelto a los hogares norteamericanos y el miedo se fundamenta en dos hechos: primero, en que Obama ha debilitado la posición norteamericana frente a la amenaza terrorista exterior, algo comprobable en los ataques perpetrados ya en suelo estadounidense durante el último año; y segundo, en que además de las amenazas de Al Qaeda, el régimen iraní está aprovechando la debilidad de la administración Obama para completar su programa nuclear.
Que Obama ha debilitado a Estados Unidos en la lucha antiterrorista está fuera de toda duda desde que su administración no llama a las cosas por su nombre. Para la Casa Blanca, no hay guerra contra el terror ni existe la palabra "victoria". El debilitamiento se prueba en el éxito del atentado de Fort Hood y en lo ocurrido en el avión de Detroit. El informe sobre Fort Hood, recién publicado por el Departamento de Defensa, no menciona ni una palabra sobre la ideología yihadista, que fue el móvil de la masacre de varios soldados en Texas. Sin embargo, en la sandez de lo políticamente correcto, el informe sí menciona como factores para el ataque los derechos de los animales, la falta de delicadeza en el ambiente militar y hasta la supremacía blanca. Todo, en fin, menos reconocer que el tiroteo de Fort Hood fue un ataque terrorista en toda regla y en suelo norteamericano. Si pensamos en el episodio del día de Navidad, el de Umar Farouk Abdulmutallab, conocido es ya que cuando éste iba a revelar a los agentes datos sobre posibles futuros ataques, se decidió leerle prematuramente sus derechos olvidando su condición de terrorista y sin consultar ni al director nacional de inteligencia, Dennis Blair, ni al director del FBI, Robert Mueller, ni a la secretaria del Departamento de Seguridad Nacional, Janet Napolitano, según ellos mismos testificaron ante el Congreso.
El asesor de Seguridad de Obama, John Brennan, insiste en ver la paja en el ojo ajeno y en lugar de culpar a los terroristas de Al Qaeda, ataca a los norteamericanos que reclamamos una mayor claridad y firmeza por parte de la administración Obama a la hora de combatir el terrorismo. Brennan mismo afirmaba en un artículo periodístico de esta misma semana que quienes critican la política terrorista de Obama están ayudando a Al-Qaeda. No cabe mayor dislate pues la realidad es que la Casa Blanca está jugando con fuego, además de estar conchabada con los mismos líderes demócratas –Reid y Pelosi– que en los años de Bush pusieron todas las trabas posibles para acabar con Al-Qaeda en Irak. Porque, si como han dicho Leon Panetta y Dennis Blair, Estados Unidos tendrá un ataque terrorista antes de julio, Obama y su equipo habrán perdido ya la poca credibilidad que les queda.
El segundo punto, el de Irán, resulta sangrante por el tiempo perdido para hacer frente a Mahmud Ahmadineyad y al ayatolá Alí Jamenei. Esta misma semana, el principal responsable del programa nuclear iraní confirmó que Teherán tiene una cadena de 164 centrífugas para procesar uranio al 20%, con una capacidad de producción de 3 a 5 kilogramos por mes. Significa eso que Irán está ya al borde de producir armas nucleares. Tras un año de absoluta ineficiencia ante la tiranía islámica iraní por parte de la actual Casa Blanca, desaprovechando la revolución ciudadana y la "marea verde" el pasado junio por el fraude electoral, Obama sale ahora al paso precipitadamente con nuevas sanciones. Esta vez multa a cuatro empresas subsidiarias y a un general de los Guardianes de la Revolución de Irán. Aunque muchos países, de boca para fuera, apoyen dichas sanciones, sabemos ya que tales respuestas no han funcionado hasta ahora. Eso, además de que el gran obstáculo es China, que al ser uno de los grandes inversores en Irán, mira para otro lado e insiste en la vía diplomática mientras mantiene su derecho de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Obama debería recapacitar y entender que debe actuar con contundencia y que una de las claves pasa por ayudar seriamente a los millones de iraníes que, pese a la brutal y sangrienta represión, quieren acabar con la actual dictadura islámica.
Obama tendrá que cambiar su estrategia antes de que el terrorismo vuelva a golpear a Estados Unidos. Ya sólo un 38% de los votantes norteamericanos, según la última encuesta de Rasmussen, creen que Estados Unidos está ganando la batalla contra el terrorismo. Bueno sería actuar con decisión antes de perderla definitivamente o de que el ataque antes de julio sea una realidad. En eso, debería saberlo, tiene el apoyo de los estadounidenses.