Obama ha conseguido algo importante: que todos los europeos estemos de acuerdo en que nos ha hecho un feo y que ese gesto hay que interpretarlo como el reconocimiento público y oficial de que para Estados Unidos la Europa Unida juega un papel muy secundario en el concierto internacional. Pero ahí se acaba el acuerdo. En Bruselas, sin disimular la importancia de lo ocurrido, apuntan a que esto ha sucedido en este momento por culpa de Rodríguez Zapatero, un líder totalmente desprestigiado a ambas orillas del Atlántico. En España, por el contrario, la maquinaria mediática próxima al Gobierno, es decir casi todos, siguen la línea editorial de RTVE y subrayan que éste es un problema entre la Unión Europea y Estados Unidos.
¿Quién tiene la razón? Ambos y ninguno. Las autoridades comunitarias aciertan al apuntar contra Rodríguez Zapatero, porque a nadie se le escapa que Obama hubiera venido, fuera cual fuese el estado de su agenda, si la presidencia de turno hubiera recaído en Sarkozy. Pero el argumento desvela su flanco más débil. Si hubiera venido a ver a Sarkozy es que le interesan las relaciones con Francia, no con la Unión Europea. Al fin y al cabo Rodríguez Zapatero representa el final de las presidencias rotatorias como elemento fundamental de la representación internacional de la Unión. ¿Acaso el tándem formado por van Rompuy y Ashton tiene más sex appeal que nuestro presidente? Si los Estados europeos han decidido libremente nombrar a personajes insignificantes al frente de sus instituciones, tienen que asumir que los norteamericanos no se tomen en serio a la Unión.
Lo que resulta patético es escuchar a nuestro ministro de Asuntos Exteriores quitar importancia al portazo del admirado e idolatrado icono de la progresía europea. El desprecio de Obama es un hecho diplomático muy relevante que causa especial perplejidad entre aquellos que vieron en él al guía espiritual de Occidente en tiempos de globalización. La izquierda europea se inventó a un personaje, se creyó sus propias ensoñaciones y ahora se encuentra ante la difícil digestión de un ridículo de dimensiones planetarias. Ni Obama se cree que Europa es "un actor internacional relevante".