Los pocos restos de la dignidad civil catalana que aún quedan en pie comparecerán el próximo viernes ante el Juzgado de lo Contencioso-administrativo número 9 de Barcelona con el loable propósito de sacar los colores a Zapatero y a su igual, Aznar. Así, el ciudadano Manuel Nevot, otra víctima de las redadas gramáticas de los nacional-sociolingüistas del Tripartito, ha decidido llevar ante los tribunales de justicia el simétrico oportunismo moral de uno y otro.
Que tanto monta. Y es que la derecha española, siempre tan proclive a la pirotecnia retórica y la jarana patriotera, nunca ha sido menos generosa que la izquierda, llegado el punto y hora de vender los derechos de los castellanoparlantes de Cataluña a cambio de cualquier atajo a La Moncloa. De ahí, por ejemplo, que no resulte discutida ni discutible la efectiva renuncia del Partido Popular a promover un recurso de inconstitucionalidad contra la Ley de Persecución Lingüística. Vergonzante olvido que, oh casualidad, vendría a coincidir con la digestión del pacto del Majestic, aquel primer matrimonio de conveniencia –con estricta separación de bienes– entre el PP de siempre y los nacionalistas dizque moderados de toda la vida. Que de aquellos polvos, estos lodos.
Ocurre, por lo demás, que en el relato catalanista no cabe la objeción de conciencia semiótica del ciudadano Nevot. Para ellos, esa obscena ortografía castellana que luce, impúdica, en el rótulo de su comercio emerge tan ajena y hostil como los ejércitos otomanos que destruyeron Bizancio. Al cabo, su suprema bestia negra no es España, sino el español. La maldita lengua impropia, funesta lacra fonética que diera en infectar las laringes pedáneas a partir del aciago mes de septiembre de 1714. Y no han de descansar hasta lograr recluirla en la más estricta intimidad doméstica de los insumisos.
Razón ésa de que los derechos constitucionales del ciudadano Nevot terminen justo donde comienza la paranoia morfosintáctica de la devota cofradía de San Pompeu Fabra. Y como siempre resulta mucho más llevadero permanecerau dessus de la mêléeque a la altura de las circunstancias, ahora, don Mariano seguirá escondido tras los floreros de Génova mientras, en solitario, el coraje cívico del ciudadano Nevot pugna por recomponer los cristales rotos del Estado de Derecho.