Las tierras íberas, de clima por lo general seco y de orografía apropiada para los embalses, han sido desde hace milenios terreno idóneo para la construcción de presas y pantanos. El embalse romano de Prosperpina (sobre cuya antigüedad se han abierto no hace mucho algunos interrogantes), que tomaba el nombre de una diosa primaveral asociada a la fertilidad, fue un hito en la historia de estas estructuras, y su perdurar a lo largo de los siglos ha recordado a generaciones enteras el liderazgo hispano de los ingenios hidráulicos.
Esta tradición no se frenó cuando nació España como tal, es decir, cuando los reinos cristianos del norte, en movimiento de reconquista hacia el sur, asumieron el papel rector de las distintas partes territoriales reunidas bajo la nueva identidad imperial. Muchos embalses fueron alimentando los regadíos españoles a través de canales, acequias, norias, y un largo etcétera. Desde el siglo XVI, muchas de esas obras se hacían en las provincias españolas de ultramar.
A finales del siglo XIX, cuando los territorios que habían conformado el Imperio español alcanzaron su mayoría de edad e independencia, los nuevos tiempos hicieron a muchos españoles, entre ellos el aragonés Joaquín Costa, pugnar por una adaptación del campo español a la situación internacional, lo que pasaba por aumentar su producción a base de nuevos regadíos. Este objetivo se plasmó en varias leyes e inversiones ya entrado el siglo XX, de entre las cuales destaca la ordenación del suelo hispano en "cuencas hidrográficas" de 1927, durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera.
Con esta ordenación trabajó la Segunda República. Manuel Lorenzo Pardo, hidrólogo con Primo de Rivera, fue el encargado de trazar el ambicioso Plan de 1933. A él se debe el proyecto de lo que fue, seguramente, el primer embalse hiperanual del mundo, el embalse del Ebro. La idea era aprovechar las muchas lluvias de su zona de cabecera, en Reinosa, para almacenar agua que pudiera garantizar las necesidades de los campos aguas abajo de Santander incluso en los años secos. En su recorrido de casi 1.000 kilómetros, este río riega provincias y regiones clave en la historia de España, de Navarra a Cataluña, y su administración sólo podía darse a nivel nacional.
El marco nacional de políticas hidráulicas continuó sin sobresaltos con el nuevo régimen tras la Segunda República. Los famosos "pantanos de Franco", así como los primeros trasvases de importancia, supusieron en muchos casos la realización efectiva de los del plan de 1933, que a su vez bebía de épocas anteriores y de una larga tradición hispana.
Hoy, la cortedad de miras de la política autonómica aborrece todo plan nacional, sea hidrológico o de otro tipo, y el fanatismo que quiere reescribir la historia de España como si la democracia del 78 surgiera de sí misma, asocia los embalses a una supuesta megalomanía del encargado de inaugurarlos en el anterior régimen. Hoy, en definitiva, la misma unidad básica de la Patria, la que por su territorio trazan sus ríos y cuencas, se ve amenazada por los que atacan a España. Defendamos nuestras aguas comunes y estaremos defendiendo a la nación.