Avatar, la nueva aventura de James Cameron que ya encabeza la lista de películas más taquilleras de la historia del cine, ha sido acogida con hostilidad por buena parte de la derecha. La acusan de tener un mensaje ecologista, anti-militarista, anti-empresa, anti-industrialista e incluso despreciativo hacia la raza blanca. En definitiva, anti-occidental y anti-liberal.
El héroe de la película (Jake Sully) es un marine enviado al planeta Pandora para participar en su colonización. Una corporación minera está explotando los recursos del nuevo mundo y necesita la colaboración del ejército para someter a los alienígenas nativos que oponen resistencia. La sociedad nativa, llamada Na’vi, carece de tecnología e industria, y vive en perfecta armonía con la naturaleza. Sully, infiltrado en el pueblo Na’vi, pronto se siente seducido por su cultura mística y naturalista, y cuando la corporación se decide a expulsarles del territorio para explotar un yacimiento, se pone del lado de los nativos.
En Brussels Journal opinan que los personajes blancos son caracterizados como brutales, codiciosos e insensibles. Destruyen el medio ambiente y otras culturas por motivos lucrativos. Los únicos "blancos buenos" son los que rechazan su propia civilización y se unen a los nativos, desprendiéndose literalmente de su identidad humana. Ross Douthat en el New York Times considera que Avatar es una apología del panteísmo y critica su idealización de la vida salvaje. John Podhoretz en el Weekley Stardard la califica de canto a la derrota de las tropas americanas en Irak y Afganistán. El presidente boliviano Evo Morales elogia su mensaje anti-capitalista y la defensa que hace de la naturaleza.
La lectura anti-occidental o anti-capitalista es razonable. Es quizás la más común, pero no tanto porque el trasfondo de la película sea inequívocamente progre como porque el espectador lo juzga a la luz de sus propias concepciones progres y el marco cultural progre imperante. En otro contexto, partiendo de otras ideas, la película puede tener una lectura liberal. No en vano el film ha sido prohibido por la dictadura china, temerosa de que pueda instigar protestas y promover movimientos de autodeterminación. Según el Wall Street Journal, por ejemplo, el público chino veía en Avatar una defensa de los derechos de propiedad, no una historia racial.
Al fin y al cabo, Avatar es también la historia de una expropiación: una compañía ligada al Gobierno (pues utiliza sus recursos militares y parece tener el monopolio legal sobre la explotación de Pandora) quiere expulsar a los nativos de su propiedad. Los Na’vi, liderados por un marine humano, emprenden una guerra defensiva. No es anti-occidental ni anti-liberal mostrar la vileza de un ejército que invade una sociedad pacífica y a los nativos, da igual de qué color sean, alzándose en armas para repeler la agresión. Nuestra historia está repleta de ejemplos de imperialismo anti-liberal y, como señala David Boaz en Los Angeles Times, también hay un evidente paralelismo con las expropiaciones actuales. A diferencia de lo que ocurre en el mercado, cuando el Estado necesita un terreno para materializar un proyecto no intenta convencer a su dueño para que se lo venda, lo expropia por la fuerza a cambio de una mísera compensación. Pandora redux. Boaz cita el famoso caso de Susette Kelo contra el municipio de New London, que pretendía expropiarle su casa para que la Corporación Pfizer pudiera construir un complejo comercial y hotelero. Pero tampoco está claro que Kelo sea el referente de Cameron...
La propiedad privada individual no parece existir en la sociedad Na’vi (lo cual explicaría su pobre nivel de desarrollo), aunque es indisputable que el árbol en el que habitan es propiedad colectiva de los nativos y los humanos no tienen derecho alguno a expulsarlos. La propiedad colectiva es compatible con el liberalismo y es la fórmula que han propuesto algunos autores para privatizar recursos naturales como ríos, bosques etc. Precisamente uno de los premios Nobel de Economía del año pasado, Elinor Ostrom, ha investigado la eficiencia y los límites de la propiedad colectiva sobre bosques y otros recursos (no confundir con ausencia de propiedad o propiedad estatal).
Con todo, la película contiene varias paradojas, algunas ya mencionadas por Peter Klein. Primero, el villano es una gran corporación que busca maximizar sus beneficios, mientras que la película está producida por una gran corporación (20th Century Fox) que busca amasar una fortuna en taquilla. Lo mismo cabe decir del multimillonario director. Segundo, en el idílico mundo Na’vi no hay necesidad de tecnología, todos van con taparrabos y cazan su comida, pero Avatar 3-D solo ha sido posible gracias a la innovación tecnológica de nuestra sociedad capitalista y de consumo. Tercero, la película ensalza el amor por la naturaleza de los nativos y describe a los industrializados humanos como sus principales enemigos, pero lo cierto es que el ecologismo es un capricho de sociedades ricas, en el Tercer Mundo tienen otras cosas de las que preocuparse antes que reciclar y participar de voluntario en una ONG.
Lo que me lleva a un último punto que Xavier Pérezcomentabaen su excelente crítica paraLa Vanguardia: es decepcionante que el mismo director que nos ha traídoAliensoTerminatorpresente a los alienígenas Na’vi como unos seres angelicales, pacíficos y bien avenidos. Esta falta de matices, junto con la trama en exceso previsible, es lo que hay que echarle en cara a Cameron. El discurso anti-liberal se nota menos si te pones las gafas 3-D y te metes en la piel azul de los nativos.