Colabora
Adolfo D. Lozano

El mito y el fraude del colesterol

Es la epidemia de hidratos de carbono y de aceites vegetales ricos en Omega 6 la que ha levantado una ola de inflamación causante de la tragedia cardiovascular de hoy. Porque hoy no tenemos niveles destacables de colesterol mayores que antaño.

"Reduce tu colesterol y prevendrás la enfermedad cardiovascular". La mayoría de médicos, compañías farmacéuticas, enfermeros y personas dedicadas al ámbito sanitario creen fielmente este eslogan. Y no es para menos. Vivimos en una permanente colesterolfobia. Pero a pesar de la insistencia con la que desde hace décadas nos lo han repetido una y otra vez, este mensaje es más que cuestionable. El principal y primer indicativo del desarrollo de enfermedad cardiovascular es el estrechamiento y endurecimiento de arterias debido a la placa acumulada, y esto es lo que denominamos arterioesclerosis. El mito del colesterol puede validarse o refutarse sencillamente observando la correlación entre los niveles de colesterol y de placa. La búsqueda de dicha correlación se inició ya en 1961, cuando Mathur y sus colaboradores analizaron los niveles de colesterol y el grado de arterioesclerosis en las autopsias de 20 individuos, así como en otros 200 casos en la literatura científica. Considerados ambos valores en las dieciséis horas tras el fallecimiento, fue imposible hallar un vínculo entre el colesterol y la placa arterial. En 1962, el American Heart Journal publicó una investigación del Dr. Marek que llegaba a la misma conclusión tras el estudio de 106 pacientes. Pero incluso décadas antes, podemos encontrar este hallazgo médico. En 1936, Lande y Sperry fueron incapaces de hallar correlación entre el colesterol y la placa. Todos estos estudios ponen patas arribas la presunta sabiduría convencional.

Más recientemente, en 2003, investigadores del Hecht and Harman of Beth Israel Medical Center de Nueva York emplearon tecnología de tomografías para comprobar hasta qué punto los medicamentos y terapias para reducir el colesterol reducían a su vez la placa. La diferencia encontrada fue de cero. Los autores del estudio afirmaron que la creencia de que cuanto más bajo sea el colesterol LDL (llamado ‘malo’), mejor, no está sustentada por los cambios en la progresión de la placa arterioesclerótica. Un buen método de destruir el eterno mito del colesterol es mirar los ensayos clínicos con las estatinas, los fármacos por antonomasia para reducir el colesterol, así como los medicamentos mejor vendidos de toda la historia. Por ejemplo, los ensayos HPS (Heart Protection Study) y el Scandinavian Simvastatin Survival Study hallaron que los medicamentos testados para reducir el colesterol eran igual de efectivos para aumentar la esperanza de vida independientemente de que apenas bajaran el colesterol o lo hicieran más de un 40%. Obsesionados como estamos con el colesterol, la propia comunidad médica sigue siendo incapaz de reconocer que las estatinas son efectivas en tanto pueden reducir la inflamación, no porque bajen el colesterol. Además, las estatinas para reducir el colesterol conllevan diversos efectos secundarios, entre ellos ¡debilitan el corazón! (porque limitan la producción de la coenzima Q10, vital para el músculo del corazón, y activan el gen atrogin-1).

En primer lugar tendríamos que preguntarnos por qué hemos alcanzado estos niveles alarmantes de enfermedad cardiovascular. No en vano, las enfermedades cardiovasculares son hoy las responsables del mayor número de muertes en Occidente. La verdadera curva ascendente de mortalidad cardiovascular empezó especialmente tras la Segunda Guerra Mundial, y de hecho aún en el siglo XIX la muerte por ataque cardíaco era muy poco frecuente. Si mirásemos hacia nuestro pasado y lo comparáramos con la actualidad, podemos observar que nuestra dieta ha sufrido cambios radicales en el último siglo. Particularmente, es la epidemia de hidratos de carbono y de aceites vegetales ricos en Omega 6 (girasol, maíz, soja, margarinas) la que ha levantado una ola de inflamación causante de la tragedia cardiovascular de hoy. Porque hoy no tenemos niveles destacables de colesterol mayores que antaño. Es más, el colesterol bajo está asociado con múltiples problemas de salud, cardiovasculares o neurológicos entre otros. No podríamos vivir sin colesterol. Sin embargo, hoy sí padecemos un creciente nivel de inflamación que destroza nuestro corazón, el resto de nuestros órganos vitales y acaba con nuestras vidas.

Cómo hemos llegado a este dramático punto es la historia de la perversión de la ciencia a cuenta de la imposición de la dieta oficialmente correcta, a la que me he referido
. Nos han hecho creer que los hidratos de carbono son maná caído del cielo –el azúcar o cereales en sus formas refinadas no existían antes– y nos han aconsejado fervientemente el consumo de aceites vegetales ricos en Omega 6 como las margarinas –antes de los procesos industriales no existían estas grasas, ajenas a la humanidad hasta entonces. Somos víctimas en una sociedad crónicamente enferma porque seguimos presos de demasiadas mentiras. La dieta ha sido capaz de llevarnos al abismo. Sólo ella puede devolvernos un futuro mejor como individuos y sociedad.

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