Dice con razón Aznar que el actual debate sobre la energía nuclear en España es "alarmante". Ese debate, ciertamente, no debería limitarse a si tal o cual central deben tener o no prórroga, –tal y como el que vivimos hace unos meses con la de Garona–, o dónde se debe situar un almacén de residuos, tal y como ha ocurrido hace unos días. El debate actual debería ser –tal y como señala el ex presidente del Gobierno– "cómo abordar la construcción de centrales de nueva generación y la ampliación de la capacidad de generación a través de esas nuevas centrales".
Sin embargo, el principal responsable de que ese debate no se produzca en España es la no menos "alarmante" falta de principios que el Partido Popular está dejando en evidencia, también en esta cuestión. Cuando aún no nos habíamos repuesto de la clamorosa traición a los principios que ha supuesto el apoyo del PP a la derogación de facto del trasvase del Tajo que conlleva el nuevo Estatuto de Autonomía castellano-manchego, nos sale de nuevo Cospedal tratando esta vez nada menos que de sancionar a un alcalde como el de Yebra. Éste, fiel a la doctrina oficial del PP, al amparo de la ley, en ejercicio de sus competencias y con la mira puesta en el empleo y en la riqueza que puede generarse en su pueblo, ha cometido el "delito" de haber propuesto a su municipio en el concurso organizado por el Gobierno para instalar un depósito de residuos nucleares dotado de una tecnología capaz de ofrecer la mayor seguridad conocida en cualquier actividad industrial.
Así las cosas, ¿cómo se va a plantear la necesidad de crear nuevas centrales cuando quienes –se supone– deben plantearlo se dedican a sancionar a "los únicos que han estado en su sitio", tal y como ha calificado Aznar a los alcaldes que han solicitado para sus municipios dichos depósitos?
Algunos dirán que la valentía de Aznar en este asunto doblemente nuclear se debe a que, como Felipe González, ya no tiene que asumir riesgos electorales. Sin embargo, lo que ha venido Aznar a defender es lo mismo que, aun en otro plano, ya defendía, entre otros muchos, Julián Marías en una magistral conferencia pronunciada ante el Forum Atómico Español hace más de treinta años. Lo que ocurre es que la derecha no es consciente del poder de las ideas para cambiar y ganarse el favor de la opinión pública. Se limita a gestionar, y aun de forma temerosa, un statu quo que ideológicamente han conformado –la mayoría de las veces para mal– sus oponentes.
Aunque hay que reconocer que en sus tiempos de gobernante, Aznar no fuera ni de palabra ni de obra tan claro como es ahora sobre la necesidad de reivindicar la energía nuclear –ni tan consciente, dicho sea de paso, del poder de las ideas–, por lo menos nunca se dedicó a sancionar -exceptuando la defenestración de Vidal-Quadras– a alguien por hacer algo plenamente coherente con la doctrina oficial de su partido. ¿O es que acaso ya no existe en el PP el compromiso de que la energía nuclear forme parte creciente de nuestro mix energético de cara a cumplir los objetivos de competitividad, independencia y lucha contra el llamado "cambio climático"?
Aquí quien, ciertamente, no ha estado "en su sitio" y –digo más– merecería una sanción es Cospedal. Tanto por su traición a los trasvases y al compromiso del PP con la unidad y vertebración de España, como por su deseo de sancionar a quien, como el alcalde de Yebra, no ha hecho nada –todo lo contrario– que sea incompatible con los principios de su partido.
Claro que en el PP quien debería poner a cada uno "en su sitio" es Rajoy. Ya he recordado numerosas veces la frase de Napoleón que decía que "el comandante es el regimiento". Pero con un "comandante" con tan poco pulso como Rajoy, no nos debe extrañar lo "descolocado" que anda el regimiento.