Lo primero que hay que señalar en el lanzamiento, por fin, del iPad de Apple es la increíble habilidad de la compañía de la manzana por generar expectación para sus productos: antes de su presentación este miércoles y tras meses de rumores y sutiles filtraciones, todo el mundo esperaba el nuevo dispositivo como si del mesías de los bits se tratase; un indiscutible acierto de Steve Jobs que sabe, sin duda, cómo vender sus productos, que por otra parte suelen responder razonablemente bien a todas esas expectativas.
¿ Será así de nuevo en este caso? ¿Volverá la gente de Apple a satisfacer a sus entusiastas usuarios? Complicada tarea, sobre todo en un producto cuyo posicionamiento en el mercado no está todavía claro del todo (Jobs lo sitúa como algo entre los ordenadores portátiles y los smartphones, pero ese segmento hoy por hoy no existe) y cuyas múltiples capacidades eran un misterio pero parecían extenderse poco menos que hasta el infinito: navegar, jugar, leer libros electrónicos, ver televisión y películas, oír música... todo iba a ser posible con el esperado tablet de Apple.
Pues arriesgándome más de lo que en mí es habitual (tiendo a ser prudente en mis proyecciones) creo que sí, que logrará satisfacer a sus potenciales clientes y que, lo que es más importante, logrará establecer ese nuevo segmento de producto en el mercado.
Y lo hará por varias razones: evidentemente porque, a falta de tocarlo o al menos de que algunos lo toquen y nos cuenten, parece que se trata de un producto que comparte con sus "hermanos" de marca (ya sean ordenadores, teléfonos o reproductores de música) una característica fundamental y superlativa: ofrecer una experiencia de uso excelente.
Además, hay que reconocer que, si bien no se puede decir que sea barato, un producto de lujo con un factor de modernidad tan claro como el que nos ofrecerá el iPad (tener uno será lo más) por 500 dólares (el modelo más barato) no es inaccesible o, al menos, no lo será para muchos.
Y por último porque, efectivamente, parece ofrecer una multiplicidad de usos que harán de él algo más que un simple capricho, vaya, que parece que va a ser un pequeño lujo, sí, pero muy práctico.
Pero son dos de las muchas posibilidades que ofrece el iPad las que me parecen especialmente interesantes: usarlo como un reproductor de libros electrónicos y la conectividad a internet que permitirá leer la prensa on line realmente en cualquier parte.
Por lo que respecta a lo primero, la única duda que tengo es si la pantalla LED no resultará agresiva para los ojos en sesiones prolongadas de lectura: si esto no acaba siendo un impedimento, es más que previsible que nos encontremos ante el primer rival verdaderamente duro para el Kindle y, sobre todo y lo que es más importante, ante en el catalizador definitivo para el mercado de la edición electrónica.
Siempre, claro, que tal y como hizo en su momento con el iPod, Apple haya logrado una integración casi perfecta entre usabilidad, sencillez en la compra y una base potente de contenido.
Y lo cierto es que, dada la historia de la compañía y la situación actual del mercado de los libros (con las editoriales deseando frenar el poder de Amazon), la tienda de libros que ha mostrado Jobs en su presentación, iBooks, tiene muchas papeletas para lograr esto. Además, las muchas funciones añadidas del dispositivo harán que su precio no sea una barrera para la compra como en muchos casos ha venido siendo para los lectores de libros electrónicos
Pero más importante todavía me parece lo que puede significar el iPad para la prensa, lo diré de la forma más clara posible: ahora sí que el papel está muerto y en trance de ser enterrado. Si el dispositivo de Apple (y los que lo seguirán) acaba con la gran ventaja que hasta ahora tenía el papel, la portabilidad absoluta, y mantiene las muchas que tiene internet (actualización al minuto, vídeo, sonido, interactividad...), la única baza para el viejo periódico será el romanticismo, y eso es, por lo general, algo que no mantiene por sí sólo un modelo de negocio.
En definitiva, el iPad puede convertirse en la herramienta definitiva para que prácticamente toda nuestras relaciones con la información y la cultura (en sus múltiples formas) sean digitales. No sé si cambia el mundo, pero desde luego puede ser el inicio del fin de ese cambio que se llama internet y que en los últimos quince años ha hecho el mundo radicalmente diferente, casi sin que nos hayamos dado cuenta.