Íñigo
En una sociedad española en la que los tontos de papel cuché y otros artistas cobran muchísimo más que los investigadores, los cirujanos, los educadores y los defensores del orden, ser rescatador de náufragos en el mar sólo es merecedor del mileurismo.
Íñigo. Íñigo Vallejo García, hijo de mis viejos amigos Felipe y Nieves y que seguimos y seguiremos siéndolo queramos o no, ha desaparecido en las aguas del Mediterráneo a bordo de un helicóptero destinado a tareas de salvamento en Almería. Cuando la prensa lo menciona, dice "el rescatador", hermoso nombre que significa en realidad liberador porque rescatador es el que devuelve su condición humana de persona libre y sin dolor a quien está captivo, cautivo, por el dolor que sea. Cuando más lo traté, de niño y adolescente, era rubio y bello como un arcángel criado por las olas de Tarifa. Luego se hizo mayor y uno más viejo, dejó Tarifa y no volví a verlo más. Pero tengo su imagen impresa en mi memoria, una composición genética asombrosa de padre y madre sin abuso de ninguno.
Asolados estos días por el dolor lejano, ese dolor que viene de Haití y de otros tantos sitios donde no hay más orden que la tragedia y el sufrimiento, vino de pronto sin avisar, como vienen los terremotos, un dolor más que cercano, íntimo. Como sus otros dos compañeros desaparecidos, José Luis López Alcalá y Kevin Holmes, Íñigo no era conocido más que por su familia y sus amigos, como casi todo el mundo. No era famoso, pero lo que hacía merecería ser mejor conocido. En una sociedad española en la que los tontos de papel cuché y otros artistas cobran muchísimo más que los investigadores, los cirujanos, los educadores y los defensores del orden, ser rescatador de náufragos en el mar sólo es merecedor del mileurismo. Pero el valor de lo que hacía es inmenso, sobre todo para estas pateras desnudas que vienen del hambre.
Parecerá increíble pero su madre, Nieves, activista humanitaria sobre todo, escribió esto hace unos años: "Oigo los helicópteros encima de mi cabeza. Son moscardones muy cercanos que traen picotazos de muerte. Cuando están tan cerca es que buscan ahogados. Año nuevo. Muertes nuevas. O no tan nuevas". Muchos de los llegados del Magreb o de la África profunda conocen a Nieves, su protectora.
Su padre, Felipe, psicólogo, citó una vez esta frase de Bernard Réquichot: "Yo soy el actor de mi propio apocalipsis, es mío mientras lo experimento, pero es también el lugar de reunión; quizás a través de él se pueda captar lo que significa comprender".
La agencia EFE acaba de confirmar en esta mañana de domingo que se han encontrado los cadáveres de los tres desaparecidos, entre ellos, Íñigo.
En efecto, mi amor, el mar se ha roto
en mil pedazos sobre la pupila
de Dios y su esqueleto, viejas conchas,
cartílagos partidos y naufragios,
más naufragios que nunca porque el mar
desprovisto de alas y de espumas,
paralítico era y por fin era
otro náufrago más, como nosotros,
mamando el aire húmedo del caos
virando a la deriva como el mundo.
Oh, gran mar sin Moisés, el cirujano
capaz de suturar los desgarrones
que el milagro produce.
Oh, gran mar sin gaviotas sin albatros
sin esperanza alguna, sin las rutas
de los aventureros, sin las perlas
colgantes de la oreja de un pirata
ladrón de la pureza y los tesoros.
Oh, gran mar pervertido por la calma
chicha que dicta la fractura eterna
agoniza conmigo en esta arena
fina como mejillas de medusa
y siente que la muerte es el castigo
por haberte rendido inútilmente
y haber asesinado sin clemencia.
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