La situación política, social y económica de España es ciertamente crítica. El consenso constitucional sobre el que se asentó la democracia se ha ido desmembrando de manera progresiva hasta prácticamente desaparecer. Ya sucedió durante los gobiernos de Felipe González cuando trató de recrearse el modelo mexicano del PRI (la dictadura perfecta, en palabras de Vargas Llosa); un proceso que, por fortuna, fue abortado en 1996 por la victoria de José María Aznar y su conato de regeneración institucional y democrática: la Segunda Transición, tal y como la denominó el ex presidente del Gobierno en uno de sus libros.
Zapatero, sin embargo, ha continuado y radicalizado la obra que dejó inacabada González. De hecho, pocos serán quienes no vean que el imperio de la ley se está disolviendo en los enjuagues de una partitocracia cada vez más liberticida. El PSOE tomó el poder en 2004 y lo mantuvo en 2008 mediante el pacto y las cesiones a partidos contrarios a las instituciones constitucionales actuales, como Izquierda Unida o Esquerra Republicana de Cataluña. Todos los límites al poder político, a su poder político, han ido estallando uno a uno en un intento de eliminar todos los contrapesos: la justicia, la educación, los medios de comunicación, internet, las víctimas del terrorismo, la Iglesia o incluso la oposición política.
Esto es, precisamente, lo más grave que ha sucedido en esta segunda legislatura de Zapatero: no que el líder socialista haya proseguido con este proceso de boliviarización de la vida política española, sino que la oposición haya renegado de su papel y se haya sumado entusiasta al proyecto zapateril por pensar que así heredará los escombros del régimen.
A las ya conocidas renuncias a combatir el nacionalismo, a defender la libertad lingüística, a proponer un modelo económico alternativo al socialismo, a fiscalizar la política antiterrorista del Gobierno, a buscar la verdad en el 11-M, a impulsar una justicia independiente del poder político, a purificar su organización de cualquier sospecha de corrupción, a defender del derecho a la vida para todos los seres humanos, incluido el nasciturus, a eliminar el adoctrinamiento educativo o a promover un uso nacional del agua, el PP ha añadido esta semana dos nuevas afrentas contra los valores y principios de sus votantes.
Primero fue el apoyo entusiasta a la Ley Sinde, ese proyecto por el que el PSOE pretende cercenar las libertades de los españoles en internet con la excusa de proteger un "derecho fundamental" inexistente como es el de la propiedad intelectual. Más tarde hemos tenido que contemplar cómo la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, volvía a actuar como candidata del PP a la presidencia de Castilla-La Mancha al tratar deexpedientara los ediles populares de la localidad de Yebra por postular a ese municipio como sede del Almacén Temporal Centralizado. En otras palabras, pese a que el PP supuestamente defiende el uso de la energía nuclear, el nuevo PP está siendo el primero en sumarse a la típica retórica antinuclear de los grupos ecologistas.Frente a esta confusión del PP de Rajoy contrasta la claridad con la que José María Aznar ha afrontado algunos de los principales temas de actualidad en la entrevista que el realizaron ayer en TVE. En unos pocos minutos, el ex presidente del Gobierno ha dejado meridianamente clara su opinión sobre el obstáculo que suponenlas políticas keynesianas de Obama para la recuperación económica, sobre el proceso de desmembración nacional a travésde los nuevos estatutoso sobre la política antiterrorista del Gobierno que, más bien, vino caracterizada porel abierto entendimiento.
Han bastado unos instantes para que el discurso liberal que mejor conecta con las bases naturales del PP brillara con luz propia frente a un taciturno y acomplejado Rajoy. Lo que la nueva dirección popular no termina de entender es que para encauzar el desnortado rumbo que está siguiendo España de la mano de Zapatero no basta con ganar las elecciones a los socialistas, sino que se vuelve imprescindible imprimir unos nuevos principios a nuestra democracia; principios que Rajoy y los suyos están importando del PSOE y que Aznar sabe extraer del ideario liberal sobre el que se fundamentan todas las sociedades libres, avanzadas y prósperas.
Sería deseable que el nuevo PP se fijara más en el antiguo PP, el único que hasta la fecha le ha proporcionado éxitos a su partido y a España. De momento, sin embargo, parece que prefiere emular al PSOE, la única estrategia que ni les ha traído éxitos a ellos ni a España.