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Agapito Maestre

¿De qué fuerza vive Alcaraz?

No hay dolor de terroristas, insisto, sino sólo de inocentes. No existe, pues, el sufrimiento universal. La fuerza concreta de Alcaraz tiene tres nombres propios: Ángel, Miriam y Esther.

Aunque imponiendo condiciones represoras a las partes personadas, el juez Garzón, jurista ventajista y sectario, abrió de un modo extraño el sumario del caso Faisán. Una instrucción que será estudiada por los futuros historiadores de la democracia española, según mantienen reputados analistas, en varios capítulos, por ejemplo, uno podría titularse: "El proceso de negociación entre el Gobierno Zapatero y la banda criminal ETA". También aparecerán historiadores que abran su investigación con el apartado: "La historia del totalitarismo español: colaboración del Gobierno de Zapatero con los criminales de ETA".

Este último ejemplo puede ser un "arquetipo" del socialismo español del siglo XXI, pues que fue algo inédito en la etapa de Felipe González, es decir, Zapatero habría conseguido distinguirse ya de sus predecesores socialistas en el cargo. Nadie olvidará el caso Faisán, sí, porque será la singularidad, o mejor, la contribución más genuina de Zapatero a la historia reciente del amplio período del totalitarismo español.

A pesar de todo, Garzón abrió el sumario e impuso silencio a las partes personadas sobre lo que allí vieran. Seguramente, el representante de la AVT, señor Casquero, y el de Dignidad y Justicia, señor Portero, vieron el documento que está publicando el diario El Mundo, que muestra con bastante precisión las responsabilidades del Gobierno en el chivatazo a los etarras, pero prefirieron callar o, sencillamente, no quieren saltarse las condiciones que les impuso Garzón. No seré yo quien profundice en los motivos o razones de ese silencio; menos todavía me atrevería a decir, como ha hecho el diario El Mundo, que es muy sospechoso el comportamiento de la otrora combativa AVT, que pese a estar personada y pese a la gravedad de las revelaciones mantiene silencio. Allá juzguen ellos sus conciencias; yo no levanto sospechas ni valoro intenciones. Tampoco me atrevo a mantener que esas conductas remisas pudieran entrar en el ámbito, por otro lado tan practicado por Pérez Rubalcaba, de "tráfico con el dolor de las víctimas".

Tengo, pues, pocas credenciales para evaluar los silencios de esas víctimas del terrorismo ante el sumario del caso Faisán. Sin embargo, tengo mil razones para preguntarme por qué vuelve Francisco José Alcaraz, ese héroe civil de la lucha contra el terrorismo, al caso Faisán. ¿Qué injusticias tan grandes habrá visto este luchador incansable a favor de la democracia para volver a meterse en una pelea jurídica que, sin duda alguna, conllevará un duro esfuerzo político y un dramático desgaste personal? ¿De qué fuerza vive este incansable luchador para que las víctimas del terrorismo, en realidad, todos los españoles, recuperen su dignidad ciudadana?

La respuesta quizá sea sencilla para un adepto de una religión revelada, que comparta el credo de una Iglesia. Quien esté en esa situación vive de su fe, expresada en ese credo. Quizá sea importante ese apartado en la vida de Alcaraz, pero no creo que su respuesta a mi pregunta se encuentre en una confesión de fe. Creo que sólo se hallará una contestación cierta si pensamos retrospectivamente la principal experiencia de su vida. De esa experiencia sí puede hablarse. Ya lo creo que puede hablarse, pero no para petrificarse en su maldad, tampoco para encanallarse con el mundo, sino para superarse. Esa experiencia es radicalmente individual, y por lo tanto no puede reproducirse de modo idéntico en otros, pero contiene un "factor" universal que acaso pueda interesar a otro ser humano cuya experiencia, aunque también única, le habrá parecido semejante a la mía.

La fuerza, en fin, que impulsa a este hombre a volver al caso Faisán no es otra que la experiencia del dolor. Del sufrimiento. El dolor no tiene justificación. Es inexplicable, pero sí puede transformarse en experiencia ciudadana. Pues por eso, precisamente, quiere Alcaraz personarse en un caso de terrible injusticia. Vuelve el dolor de un inocente, una experiencia individual, que sólo cuando se comunica se hace universal. La vuelta de Alcaraz es la prueba de que las víctimas del terrorismo son inocentes. No hay dolor de terroristas, insisto, sino sólo de inocentes. No existe, pues, el sufrimiento universal. La fuerza concreta de Alcaraz tiene tres nombres propios: Ángel, Miriam y Esther.

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