El lamentable terremoto en Haití está sirviendo a la administración Obama como cortina de humo para disimular, cuando no ocultar, el otro terremoto político que vive la Casa Blanca. Las tristes escenas que llegan de Puerto Príncipe contrastan con el seísmo interno que vive Obama, cada vez peor valorado ya por el pueblo norteamericano. Todo esto ocurre en una semana en la que vivimos la trepidante campaña para la elección especial al Senado en Massachusetts, las polémicas revelaciones de algunos líderes demócratas vertidas en el libro Game Change sobre la campaña presidencial y la falta de acuerdo entre los propios demócratas sobre el texto final del proyecto de ley para la atención médica.
El líder del Senado, el demócrata Harry Reid, ha aparecido estos días pidiendo disculpas por unas declaraciones recogidas en dicho libro donde elogiaba el que Obama no tuviera la piel totalmente negra y que no hablase "dialecto negro". Bajo el imperio de lo políticamente correcto creado por los propios demócratas, Reid se pone así todavía en peor posición para revalidar su asiento senatorial por Nevada el próximo noviembre. El incansable Bill Clinton queda también mal parado cuando se ha sabido ahora que anduvo de picos pardos durante la campaña de su mujer. Y, además, hay constancia de que Bill Clinton (quien se consideró a sí mismo el "primer presidente negro de Estados Unidos") le dijo a Ted Kennedy durante las presidenciales que dejara de apoyar la candidatura de Obama porque éste era "negro" y que apoyara a su esposa. Al fin y al cabo, le aseguró Bill a Ted Kennedy, el tal Obama "nos habría servido café hace unos años".
A poco que bien se mire, no corren buenos tiempos para el Partido Demócrata, ni tampoco para Obama que es su director de orquesta aunque parezca el agredido. Por eso, paradójicamente, el terremoto de Haití sirve para jugar estos días al despiste de ese otro terremoto político que circula entre los demócratas y en el mismo Despacho Oval de la Casa Blanca. No se trata de que uno lo piense, sino de que así lo prueba de forma inequívoca la percepción general entre los estadounidenses en cuanto a que Obama ha fallado ya en su primer año como presidente. Varias encuestas de esta misma semana así lo corroboran.
La encuesta de la Universidad de Quinnipiac indica que sólo el 36% de votantes aprueba el modo en que Obama está llevando la creación de empleo, con seis de cada diez personas que desaprueban su gestión. En la encuesta de la CNN el desacuerdo con las política de Obama es patente, sobre todo en cuanto a la economía y el desempleo, con 54% de votantes en desacuerdo y con 62% del electorado en contra del aumento del brutal déficit bajo su presidencia. Hasta en los medios más favorables al presidente, como la encuesta de la CBS News/New York Times, el porcentaje de desencanto con Obama va creciendo y llega ya al 41% de desaprobación. Si en abril la aprobación de su labor alcanzaba el 68%, ahora es ya sólo del 46%. En sólo un año como presidente, tan sólo el 39% de los estadounidenses votarían por Obama si las elecciones de 2012 se celebraran hoy, según señala la encuesta de The Allstate/National Journal Heartland Monitor poll.
Estos datos verifican un claro descontento ciudadano y la desconexión de Obama con el pueblo norteamericano. Por contra, lo que otras encuestas muestran es el ascenso de los valores y principios liberal-conservadores en Estados Unidos. La conocida agencia Gallup mostraba hace unos días un estudio que probaba cómo los conservadores son, con diferencia, el primer grupo ideológico en el país alcanzando el 40% de los ciudadanos (el mayor porcentaje en las últimas dos décadas), seguidos por un 36% de "moderados" y sólo un 21% de socialdemócratas, aquí llamados "liberals". Más claros resultan todavía los datos que aportaba la última encuesta de Battleground Poll donde, bajo otra metodología, el número de conservadores alcanzaba la cifra del 63% frente al 33% de socialdemócratas.
Así las cosas, este próximo miércoles se cumple exactamente un año de la inauguración de Obama, aquel 20 de enero de 2009 cuando muchos, y en Europa más, erraron al pronosticar el fin del conservadurismo estadounidense, o sea del liberalismo conservador. Quienes entonces ya pronosticamos que la izquierda política había llegado a la Casa Blanca hoy vemos con tristeza que acertamos. Porque Obama sigue empeñado en seguir destruyendo el capitalismo, como prueba su voluntad de gravar fiscalmente a bancos y empresas por sus "obscenas" ganancias y bonificaciones. Y como prueba que mande a su escudero en el Congreso, Barney Frank, a controlar lo que los norteamericanos podemos o no podemos ganar.
Este miércoles de aniversario del bautizo obamita, en fin, sabremos también (cosas del destino) si el asiento senatorial más "progre" de todo Estados Unidos, el que ocupó Ted Kennedy durante casi medio siglo, se mantiene como plaza demócrata o pasa a manos republicanas con la candidatura de Scott Brown. El triunfo republicano en Massachusetts resulta muy difícil por la idiosincrasia de dicho estado, pero de producirse dicha victoria estaríamos asistiendo ya en directo al principio de un mayor seísmo por venir el próximo noviembre en las elecciones intermedias. La victoria de Brown quitaría el asiento número 60 a los demócratas y posiblemente mataría el aberrante proyecto de ley de atención médica. Pase lo que pase en esa elección, el mero hecho de la posibilidad real es ya prueba del terremoto. Porque hoy sabemos ya que tras un año de Obama dedicado a una falsa "reforma" sanitaria, a intervenir los mercados, a endeudar a los contribuyentes y a dividir más el país, la Casa Blanca prefiere mejor mirar al terremoto en Haití que al suyo propio.