Pacto escolar
Es dudoso que de algo procedente de Rodríguez-Gabilondo salga nada de nada, salvo fotos y declaraciones, pero si sale, todos al suelo, porque significará que el PP se hace corresponsable de la hecatombe. Ellos verán.
Desde que Villar Palasí tuvo –allá por 1970– la feliz idea de entregar el Ministerio de Educación a los pedagogos, la enseñanza en nuestro país no ha hecho sino deteriorarse y pudrirse. No ahora, hace ya muchos años que la situación es insostenible y cualquiera que trabaje o se relacione con nuestro sistema educativo sabe que la catástrofe ha adquirido tintes de irreversible. El PSOE de González, junto con el calamitoso sistema de las taifas autonómicas, nos ha fabricado alumnos desmotivados, masas de analfabetos funcionales y unos resultados globales que nos sacan los colores en cuanto se coteja a un joven español con otro de Armenia o Kazakistán. Y no digamos de Bulgaria o Rumania. Cuando llega septiembre asistimos al ritual de los partidos y de "las altas magistraturas del Estado" haciendo votos por la mejora de la enseñanza española y repitiendo aquello tan original de que el primer capital de un país es el capital humano y la enseñanza, bla, bla... Hasta el año que viene.
El único intento serio que se ha hecho, desde la muerte del general Franco, por reconducir la situación y enderezar el entuerto fabricado por Galino, García Hoz, Marta Mata, Marchesi, Rubalcaba y otros sabios del mismo porte, fue el proyecto de ley que Esperanza Aguirre trató de convertir en algo más que palabras y que Rubalcaba y sus navajeros asociados en el Congreso se encargaron de echar abajo, durante el primer Gobierno de Aznar: no se podía permitir que viniera el PP a corregir cuanto ellos habían arrasado, con tanto tesón y resultados tan evidentes.
La deseducación es suya, así pues sabotean lo que a una escala mucho menor pretende Esperanza en la Comunidad de Madrid: conseguir que, al menos, los alumnos no insulten y peguen a los profesores. Y aunque se posponga para tiempos más felices el utópico logro de que los estudiantes universitarios –y de Filología– no endilguen cinco faltas de Ortografía por folio de examen. Oigan, que no exagero: a los profesores universitarios nos produce repelús pensar en los exámenes escritos. No a todos, los hay encantados con el río revuelto por razones fáciles de colegir y algunos hasta llegan a ministros. El que tenemos ahora, lo consiguió por ese método tan español de presentarse voluntario a todo y no hacer nada en ninguna parte, para no soliviantar a fuerzas incómodas, estudiantiles o políticas, y en seis años de Rectorado no fue capaz de resolver ni el problema del aparcamiento en la UAM, aunque sólo se necesitaba activar una barrera para la cual se nos habían repartido tarjetas electrónicas. La demagogia ante todo y a ese tenor el resto.
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