¡Manda carallo!
La opción de Núñez Feijóo peca de encarnar el desprecio habitual por la libertad. Bajo la aparente solución ecléctica que el decreto plantea, se oculta la conculcación del derecho paterno a elegir la lengua vehicular de la educación de sus hijos.
Núñez Feijóo decidió zanjar la polémica en torno a la libertad de enseñanza en Galicia con un decretazo; éste aparentemente igualaba la situación del español y la del gallego. Así, manifestaba ufano, dos días después de la presentación del mismo, que el texto normativo proporcionaría un equilibrio real, blindado, de horas lectivas en gallego y en castellano. Prima facie, problema resuelto. No obstante, para muchos ciudadanos que vivimos en comunidades teóricamente bilingües éste no era el tema. El quid de la cuestión no se cernía sobre el número de horas de una u otra lengua. La clave de este problema era la defensa de la libertad.
Si juzgásemos la importancia de la libertad en función de las veces que es invocada, resultaría que la libertad suele ser la dama más deseada en la campaña electoral y la novia más despreciada apenas se alcanza un mínimo ápice de poder. La opción de Núñez Feijóo peca de encarnar el desprecio habitual por la libertad. Bajo la aparente solución ecléctica que el decreto plantea, se oculta la conculcación del derecho paterno a elegir la lengua vehicular de la educación de sus hijos. Sin embargo, no me extraña que Rajoy se haya acogido a este decreto como un perseguido se acogería a Sagrado, ha visto en este modelo un puente moldeable sobre el que transitar codo con codo con los nacionalistas catalanes, baleares, vascos...
Ahora toda la patulea progre, especialmente la caterva mediática, se pondrá del lado del decreto tal que si el mismo fuese un paso de la derecha hacia el sentido común, y claro Rajoy y los Albertos, tan contentos. Estos chicos de Génova no se han enterado de que el decreto de Feijóo representa una cesión irreversible al lenguaje y políticas nacionalistas. Si la solución es repartir las horas, el siguiente paso será necesariamente ir variando el reparto en el sentido que marque el Gobierno de turno. Desgraciadamente, ya sabemos que este sentido siempre es el mismo. Este modelo consagra que no se podrán estudiar todas las asignaturas troncales en la lengua de elección del alumno, sino que estas se repartirán entre las tres lenguas en juego, a saber, el español, el gallego y una lengua extranjera, preferiblemente el inglés. No está previsto qué ocurrirá si no hay profesorado cualificado para impartir docencia de materias en inglés; aunque considerando el protagonismo que se otorga a los consejos escolares, lo previsible es que acabe por imponerse la enseñanza en gallego, al menos por lo que atañe al sistema público escolar.
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