En las elecciones intermedias de 2006 el Partido Republicano perdió varios congresistas y senadores. Las pérdidas se agudizaron más aún en las presidenciales de 2008 hasta el punto de que el Partido Demócrata no sólo alcanzó la Casa Blanca sino que también recupero sendas "supermayorías" en las dos cámaras del Congreso. Visto ya que el "cambio" de Obama no ha sido tal, parece que el verdadero cambio sólo podrá llegar en 2010 y 2012 con la alternativa de un Partido Republicano escarmentado de tibios centrismos y empujado por una ciudadanía que reclama a gritos una agenda auténticamente liberal-conservadora.
En menos de un año y bajo el impulso presidencial de Obama y de sus escuderos Pelosi y Reid, además de la corrupta maquinaria de Chicago instalada en Washington, los norteamericanos hemos sido testigos de un calculado y vertiginoso intento de transformar drásticamente el tejido social y cultural de Estados Unidos. Aprovechando la crisis económica y el errante intervencionismo gubernamental de los últimos meses de la Administración Bush, Obama y el Partido Demócrata llevaron adelante una serie de acciones legislativas que no han generado resultados reales y que empiezan ya a crear serias dudas entre los ciudadanos.
La gestión económica de Obama prometía una lenta pero segura recuperación económica y la creación de miles de puestos de trabajo. Desde la obtención de las mayorías demócratas en el Congreso en noviembre de 2006 y con un año sólo bajo el nuevo presidente, el paro se ha duplicado. Bajo Obama, el déficit se ha cuadriplicado y, pese a que algunas cifras se maquillan como prueba de recuperación económica, el dato objetivo es que hay ya más de quince millones de estadounidenses sin trabajo.
Las "reformas" prometidas por Obama se han traducido en acciones legislativas unilaterales, alejadas de los grandes pactos tradicionales del bipartidismo norteamericano: ahí está el paquete multimillonario de "rescate" y "estímulo" económico, leyes como la de la energía o el todavía controvertido proyecto de ley para la sanidad. En cada caso, el rodillo demócrata se ha servido de sus amplias mayorías, dejando a un lado las promesas de Obama sobre la transparencia política, la no subida de impuestos, o la farsa de la prometida retransmisión televisiva en el canal C-SPAN de los debates sobre la sanidad.
Por si esto fuera poco, los últimos informes de seguridad apuntan a que un tercio de los intentos de atentados terroristas en suelo estadounidense desde el 11-S han tenido lugar en este último año de 2009 y bajo la presidencia de Obama. Los datos prueban el error del presidente y de su secretaria de Seguridad Janet Napolitano a la hora de negar la existencia real de una guerra terrorista. El fallido intento de cierre de Guantánamo, el tratamiento de los terroristas como simples criminales y los graves fallos en materia de seguridad –reconocidos ya por el propio Obama– han dejado fría a la inmensa mayoría de norteamericanos.
Con este escenario llega 2010, año donde los estadounidenses tendremos una nueva cita electoral para las intermedias del 2 de noviembre. Con todos los escaños en juego en la Cámara de Representantes y con un tercio de los asientos del Senado por decidirse, la mayoría de los analistas políticos consideran que aunque los demócratas perderán algunos asientos, seguirán conservando las sendas mayorías en el Congreso. Aun así, los escenarios son diversos y el centro de gravedad electoral girará en torno a la economía y la seguridad nacional, por este mismo orden.
Un síntoma del nerviosismo en las filas demócratas es que a finales de diciembre, un representante demócrata decidió pasarse a las filas republicanas por desacuerdo con las acciones de su partido. Esta misma semana, tres políticos demócratas, el gobernador –Bill Ritter– y otros dos senadores –Chris Dodd y Byron Dorgan– anunciaron su renuncia a volver a presentarse en 2010.
Las elecciones en el Senado resultan especialmente importantes pues es ahí donde se concentra el mayor peso legislativo. En dicha cámara habrá 34 asientos en juego, 18 de ellos ahora republicanos y 16 demócratas. Con la actual balanza de 60 asientos a favor de los demócratas y 40 del lado republicano, si el GOP quiere recuperar la mayoría en el Senado necesitaría de una gesta casi imposible: mantener sus 18 asientos y sacar 11 de los 16 en juego por parte demócrata. La batalla se librará en varios estados que a día de hoy parecen sin decidir y donde los republicanos pueden obtener asientos. Así en Connecticut, Arkansas, Dakota del Norte, Nevada, Colorado, Delaware, Illinois, Pensilvania e incluso California.
Aun ganando en todas estas plazas, los republicanos tendrían que conservar también sus actuales asientos en el Senado correspondientes a Nueva Hampshire, Kentucky, Florida, Luisiana, Ohio y Missouri, que no es tarea fácil. Y aun así, estarían con 49 asientos, aunque con la posibilidad de empatar a 50 con los demócratas si Joe Lieberman decidiera votar con el GOP. La cosa no resulta imposible y tampoco es fácil en la Cámara de Representantes. Aun así, contra lo que hace un año parecía una quimera, los republicanos tienen ahora grandes opciones de recuperar muchas más plazas de lo esperado en ambas cámaras del Congreso y preparar así el camino para las presidenciales de 2012.
Obama es consciente de que tiene por delante todavía unos meses hasta noviembre tras las que verá mermada la capacidad de maniobra de su partido. Sabe que las cosas no pintan demasiado bien para mantener las "supermayorías" en ambas cámaras. Su siguiente paso ahora, además de aprobar como sea el proyecto de sanidad y florear su primer año en el discurso a la nación en febrero, será llevar adelante la mayor parte de su agenda. Ahí entrará su intento de aprobar la llamada "reforma migratoria" y lanzar una amnistía general a los varios millones de inmigrantes indocumentados, un espinoso tema que –como ya hicieron los demócratas en 2007– servirá a Obama, a Reid y a Pelosi para buscar monopolizar más aún el voto de los hispanos y, de paso, demonizar falsamente al Partido Republicano como anti-inmigrante y anti-hispano.