Recién estrenado su flamante Premio Nobel de la Paz, al presidente Barack Obama se le acumulan las amenazas a combatir y, en consecuencia, los proyectos de guerra sobrevenidos. Mientras Irán sigue en sus trece respecto al enriquecimiento de uranio, lanzando a través de su ministro de Exteriores Manuchehr Mottaki un ultimátum a Occidente, Al Qaeda falla por poco un atentado contra un avión que se dirigía a Detroit.
Este último incidente ha puesto de manifiesto ante la opinión pública internacional la existencia de campos de entrenamiento de este grupo terrorista en Yemen, al tiempo que ha llevado a algunos países a reforzar las medidas de seguridad en los aeropuertos, "atentando", a juicio de muchos, contra las libertades. También son muchos, probablemente más, los que crean que es preferible renunciar a un poquito de su libertad para asegurarse al menos otro poco de certidumbre existencial. De hecho podría decirse que nuestra psicología, tal como ha evolucionado en su historia natural, nos inclina a preferir caer en brazos de un tirano antes que exponer nuestra integridad física a cualquier riesgo. Esto, más que las bombas, es lo que "explota" Al Qaeda. En palabras de su número dos, el médico que en lugar de salvar cuerpos los destruye, Ayman al Zauahiri , su organización practica lo que él denomina una guerra de cuarta generación.
Las tres primeras generaciones de guerra llevaron del uso de soldados al de armas de fuego de cada vez mayor potencia y tácticas cada vez más sofisticadas de batalla y destrucción económica y militar del enemigo. Las guerras de cuarta generación implicarían a combatientes dispersos (léase células terroristas) que no buscarían destruir objetivos militares sino el apoyo de la sociedad a sus soldados –contando con el poder desmoralizador y debilitador que jugarían los medios de información sobre los ciudadanos– que llevaría a cambios en las políticas públicas.
Como dice Michael Shermer, los seres humanos somos incesantes buscadores de patrones, lo que se traduce en que:
Ha evolucionado en nosotros la tendencia a suponer que todos los patrones son reales, porque cometer un error de tipo I (falso positivo) es relativamente inofensivo (suponer que un susurro de la hierba es un peligroso predador cuando es sólo el viento), mientras que cometer un error de tipo II (un falso negativo) es muy peligroso (suponer que el susurro de la hierba es sólo viento, cuando en realidad es un peligroso predador que te come de almuerzo).
Como estadísticos somos notablemente deficientes. Tendemos de forma inadvertida a confundir la probabilidad de un suceso con su importancia en términos de supervivencia. Así, en lugar de valorar lo que sucede con los grandes números, nos aferramos al caso único: "¿Y si me pasara a mi?". Este conflicto entre nuestra mente racional y nuestros miedos "irracionales", y el que en general ganen los últimos, parte del hecho de que nuestro afán de supervivencia se antepone a cualquier lógica, a cualquier razón. Con tal de no cometer un error fatal del tipo II estamos dispuestos a sacrificar, en el altar de la seguridad, cualquier libertad. Y de eso se aprovecha Al Qaeda.
Y aquí surge una nueva pregunta, difícil de responder pero que divide de inmediato en dos bandos enconados a los opinantes: ¿Cómo mitigar o eliminar la amenaza? Los buenistas, cobardes encubiertos, o, en términos evolucionistas, las "palomas" (de la Paz) hablan de Alianzas, multiculturalidades y multilateralidades. Los partidarios del maquiavelismo internacional, los "halcones", más conocidos en ciertos círculos como "neocon", creen que la solución pasa por el uso de la fuerza, en definitiva, por algún tipo de guerra. Y mientras, los de Al Qaeda se frotan las manos. Los herederos de los romanos que proclamaban "divide y vencerás" están divididos. De eso se trataba ¿no?