Feijóo se pasa de listo
Entre el bien y el mal no hay término medio. No se puede estar entre quien pide libertad para elegir la lengua en la que educa a sus hijos y quien quiere imponérsela a los hijos del vecino.
El engaño es un ingrediente esencial de las relaciones humanas y, como no, de la política. Todos nos hemos sentido traicionados alguna vez. Más difícil es encontrar alguien que reconozca su felonía. Por supuesto, Feijóo no lo va a hacer. Le sobran tablas para defender, sin sonrojarse, que ha cumplido sus compromisos y no faltan periodistas serviles, en Galicia casi todos, para apuntalar el embuste. La prensa regional, la más leída en la España de las taifas, vive de la publicidad institucional, eso es ya una batalla perdida. Una más. Por no hablar de los suculentos suplementos para promocionar el gallego. Todo a costa del contribuyente, el mismo al que mienten a sabiendas.
Por mucho que se empeñe también algún diario nacional, Feijóo no ha garantizado la libertad lingüística, ni de lejos. Tampoco se le pedía eso, sólo que cumpliese sus promesas, nada del otro mundo, que tan bien le vinieron para ganar las elecciones. A saber, libertad de elección en las materias troncales, casilla vinculante en el sobre de matrícula y libertad para expresarse oralmente y por escrito en cualquiera de las dos lenguas en todas las asignaturas. De las tres, sólo una, y a medias.
En el borrador del nuevo decreto elaborado, no lo olvidemos, por Anxo Lorenzo –nacionalista partidario de la imposición del gallego, sheriff de la política lingüística por obra y gracia de Feijóo– y presentado de forma casi clandestina, un 30 de diciembre a última hora de la tarde, la libertad de elección prometida se convierte en equilibrio entre las dos lenguas oficiales. Lo del inglés, inviable a día de hoy, le viene al pelo para añadir confusión con un barniz de falsa modernidad.
Con el invento trilingüe, tanto en primaria cómo en secundaria, las asignaturas troncales tendrán que ser necesariamente mitad en gallego, mitad en castellano, a elección del alumno. Ahí está el truco que permite a Feijóo y sus entusiastas escribas hablar de libre elección. Mentira cochina. Lo prometido era elegir la lengua de todas las troncales, no un trágala en el que si quieres Matemáticas en castellano, tienes por narices, Sociales o Ciencias en gallego. Así, la casilla vinculante en el sobre de matrícula carece ya de su valor inicial. La libre expresión oral y escrita sí aparece en el decreto, aunque no en los libros de texto, claro, activo fundamental del lucrativo chiringuito lingüístico.
No estamos hablando de prometer el pleno empleo o la paz en el mundo. Los compromisos de Feijóo eran claros, concretos y de fácil aplicación. Su incumplimiento es una estafa democrática impresentable. Él mismo ha reconocido que quiere contentar por igual a los que votaron al PP y los que votaron al BNG. Además de imposible, los nacionalistas le seguirán insultando, es absurdo. ¡Qué cansina la cantinela del consenso! Una cosa es pactar las reglas de juego y otra muy distinta las políticas públicas. Si al final se imponen siempre soluciones intermedias, ¿para qué puñetas votamos? ¿De qué sirven las elecciones, la democracia? Entre el bien y el mal no hay término miedo. No se puede estar entre quien pide libertad para elegir la lengua en la que educa a sus hijos y quien quiere imponérsela a los hijos del vecino.
Lo que resulta más infame es cómo ha utilizado el trabajo de todos esos padres de Galicia Bilingüe, capitaneados por Gloria Lago, que han luchado con un coraje admirable en las peores condiciones: coacciones, amenazas de muerte y agresiones. Fueron ellos, junto a otros movimientos cívicos, quienes supieron canalizar el descontento general con la imposición del gallego practicada por el anterior Gobierno bipartito. Lograron más de cien mil firmas. El PP gallego, como siempre, ni estaba ni se le esperaba. Pero Feijóo es muy listo. Pocos meses antes de las elecciones, cuando nadie daba un duro por él, vio el filón. Prometió lo que prometió, mucha gente creyó en él, le votó exclusivamente por eso. Ingenuos o no, yo creo que sí, les engañó, miserablemente.
No debería salirle gratis. Ser listo está muy bien, pero sin pasarse. Últimamente se habla de él como delfín de Rajoy. Cuenta mi compañero Pablo Montesinos, pepólogo donde los haya, que en la conferencia de presidentes autonómicos quien partía el bacalao de los populares era Feijóo. No sé si la derecha española –perdón, el centrismo moderado, plurinacional, dialogante, moderno, mu moderno– puede tener un líder peor que Rajoy, parece difícil, también lo era en el caso de Felipe González y ya ven. Es para echarse a temblar.
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