Núñez Feijóo asumió en su día una gran responsabilidad. Tanto en campaña como tras alzarse con el Gobierno autónomico, prometió libertad de elección entre las dos lenguas oficiales en la enseñanza. Con límites, eso sí. La posibilidad de escoger idioma, siquiera en parte, no se había dado nunca en las regiones bilingües. El modelo vasco fue pervertido por el nacionalismo hasta que nada quedó. Fue la suya, por ello, una apuesta fuerte, de esas que marcan, como suele decirse, un antes y un después. De ahí que si hubiera que examinarla a la luz del opúsculo satírico El arte de la mentira política, del Dr. Arbuthnot, amigo de Jonathan Swift, tendría su lugar entre las que "anuncian prodigios". Pues prodigio sería, al fin y al cabo, que tal libertad se instaurara en España.
A la vista de sus Bases para a elaboración do decreto do plurilingüismo no ensino no universitario de Galicia, hay que decir que es un título largo para un cumplimiento tan corto de los compromisos que adquirió. En el punto 13 de su "contrato con los ciudadanos" se puede leer: "Debe garantizarse la libertad para escoger lengua en todos los ámbitos". La hemeroteca guarda los detalles de cómo pensaba aplicar ese desiderátum. Baste recordar que ofreció la elección de idioma en las asignaturas troncales. La noche antes de tomar las uvas, presentó un borrador que reduce la capacidad de elegir a una o dos materias. Sólo ha mantenido su palabra en un punto: los alumnos podrán usar la lengua oficial de su preferencia en clase y en los exámenes. La montaña parió un ratón. Un ratón complejo y, sobre todo, acomplejado. Aunque su pequeñez no lo ha salvado ni salvará del estallido histérico de la inquisición lingüística.
No era difícil de cumplir. Así lo demostró Galicia Bilingüe con unapropuestaequilibrada que combinaba la elección con horas lectivas en la otra lengua. Pero Feijóo ha decidido volver por dónde el PP gallego solía. Hizo ver que rectificaría el rumbo adoptado en la época de Fraga, al que, por cierto, nada opuso la Génova de Aznar, para regresar después a los viejos malos hábitos con una corrección mínima. Más le habría valido ahorrarse ese viaje de retorno y, con él, la indignada decepción de quienes confiaron en sus promesas. La invención de prodigios está al alcance de cualquier Zapatero.