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Carmelo Jordá

Un futuro de eBooks: ¿Qué será de las librerías?

Las librerías tienen un futuro que puede ser bueno, pero para ello necesitarán afrontar unos cambios que probablemente impactarán en ellas antes (o de forma más dura) que en otros ámbitos del sector.

Comienzo con este artículo una serie (de tres o cuatro) en la que trataré de reflexionar sobre qué futuro puede esperarles a los distintos sectores que hoy forman el mundo editorial si, como todo parece indicar, el libro electrónico pasa a ocupar un porcentaje importante del mercado.

Empiezo por las librerías sin ninguna razón especial, o quizá porque como lector es una de las cosas cuya pérdida realmente lamentaría: pocos espacios hay tan placenteros como una tranquila librería por la que deambulamos sin rumbo fijo entre estantes llenos de olorosas sorpresas en papel.

Vayamos al grano: ¿desaparecerán las librerías? Mi respuesta es, como no, compleja, pues estás cosas no se resuelven con un monosílabo: no lo harán si saben adaptarse a los cambios y aportar un valor extra a sus clientes, pero sí tienen un futuro muy complicado si se limitan a expender volúmenes como la máquina del tabaco expende cajetillas.

Los propietarios de Garoa, una librería en el País Vasco, reflexionaban hace un tiempo sobre el futuro del gremio en un interesante artículo cuya lectura recomiendo y en el creo que se pueden destacar dos puntos importantes: la necesidad de reconocer que buena parte del futuro de la lectura pasa por lo digital (lo que no implica necesariamente que el librero tradicional deba ponerse a vender eBooks como un loco); y que la negación de esa realidad sólo beneficia a las descargas gratuitas, lo que ellos denominan piratería, para que todos nos entendamos.

¿Y ante este panorama qué puede hacer el librero? Como recuerda el artículo de Garoa, tradicionalmente los libreros han cumplido (y el bueno sigue cumpliéndola) una función importante a la hora de aconsejarnos en nuestras lecturas, pero parte de esto lo hace también con singular éxito internet, en foros especializados o incluso en las propias tiendas, ya sea con consejos propios, con las opiniones de otros lectores o con ambos métodos en sintonía: ahí tienen el sistema de recomendaciones de Amazon, que todo el mundo considera una de las claves de su éxito.

No obstante, esa debe seguir siendo una de las funciones fundamentales que se plantee un librero que quiera sobrevivir en los nuevos tiempos, tanto en su tienda física como si se decide por prolongar su actividad a través de la red.

De hecho, uno de los caminos que pueden seguir las librerías para seguir siendo necesarias es convertirse, ya sea física o virtualmente, en punto de encuentro de los lectores e incluso de los lectores y los autores. Ahí están, ya hoy en día, las cada vez más habituales firmas de libros.

Es más, ese sentido de punto de encuentro puede prolongarse a otros productos culturales: los buenos lectores, los grandes consumidores de libros suelen ser también aficionados a la música, el cine... otra oportunidad que convendrá sopesar y que podría ir más allá de la simple venta ofreciendo, por poner el primer ejemplo que se me ocurre, música o cualquier otro tipo de evento en directo.

Otro camino que apunta el artículo al que me estoy refiriendo es la especialización, y está claro que este es una de las fórmulas que puede permitir a los libreros seguir aportando un valor que haga a los lectores recurrir a ellos cuando nuestras necesidades vayan más allá de las últimas novedades literarias, aunque quizá eso lleve a la necesidad de renunciar a otro público al que, al fin y al cabo, sería muy complicado atraer.

Una de estas especializaciones debe ir en mi modesta opinión por prestar más atención al libro como objeto, que puede tener un mercado si se trata de algo lo suficientemente bello para que valga la pena apostar por él y, por tanto, pagar un sobreprecio en determinadas ocasiones, aunque la mayoría de nuestras lecturas sean digitales.

Por último, los propietarios de Garoa apuntan al peligro de que el editor "usurpe" parte de las funciones del librero y se dirija directamente al público, pero yo apuntaría también a la posibilidad de que sean los libreros los que ocupen parte del espacio de los editores: con una estructura empresarial muchísimo más pequeña que la precisa para la edición en papel (sin imprentas y sin necesidades de almacenaje y distribución), partiendo de inversiones también considerablemente menores, con un conocimiento privilegiado de los gustos y los intereses de los lectores y con la posibilidad de llegar a un público masivo a través de la red, esta podría ser una posibilidad interesante para muchas librerías.

Obviamente, esto no significa que si un librero empieza a editar libros digitales vaya a venderlos por millones en dos semanas, pero puede ser un camino en el que ir adentrándose mientras el mercado va cambiando en los próximos años.

En conclusión, las librerías tienen un futuro que puede ser bueno, pero para ello necesitarán afrontar unos cambios que probablemente impactarán en ellas antes (o de forma más dura) que en otros ámbitos del sector y que, además, se suman a una tendencia de años que ya venía poniéndoles las cosas difíciles.

Obviamente, no sobrevivirán todas, pero al fin y al cabo esa es la ley del mercado, dura a veces, pero muy beneficiosa para nosotros, los consumidores.

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