Exactamente eso Dña. Cristina, tontos cada dìa que amanece asoma uno nuevo por el horizonte, es que no existe otra palabra mejor para definir a esta gente. Pero hay que tener en cuenta que todos estos tontainas son muy peligrosos ya que se sienten arropados por aquellos otros que se dedican a falsificar la historia, y a pasarse el concepto de Naciòn Española por el forro de sus togas con tal de hacer la puñeta. Desgraciadamente asì anda la cosa, no hay màs que ver a esa mayoria pegada a todas horas a la caja tonta, bebiendo estupideces y lo que les echen. Ahora, a estos tontos hay que recordarles todos los dìas con sus noches, lo que decìa aquel: Las naciones no se hacen en un par de tardes (la economìa, tampoco se aprende), y todo cuanto mañana pueda ser pròspero hunde sus raices en el pasado. Fiscal tonto, Galicia no es una naciòn.
SOBRE EL COMENTARISTA POLÍTICO.
Con frecuencia me encuentro entre mis papeles con sobres que contienen multitud de recortes de prensa. Se trata de escritos que en su día me parecieron audaces o interesantes, pero que hoy, superados por los hechos, carecen de todo interés. Otros me sumen en un estado de melancolía ante la evidencia del paso del tiempo y de lo efímero de las cosas humanas. Como curiosidad conservo unas declaraciones que hizo en su día al diario “Ya”, Federico Silva Muñoz pocos años antes de la muerte de Franco, cuando Silva gozaba de un merecido prestigio. Hablaba el hombre del futuro. Según él, en el horizonte no se avistaba ni una sola nubecilla que pudiera suscitar la más pequeña preocupación. Todo estaba en orden.
Sé que el asunto del que voy a tratar me desborda dado su complejidad. Sería muy simplista afirmar que, o los comentaristas políticos suelen casi siempre equivocarse en sus predicciones o que cuando no se equivocan, se limitan, ya aprobando o reprobando, a opinar sobre los hechos o los dichos del momento sin que tales opiniones tengan la menor trascendencia, pues en nada vienen a alterar el curso de los acontecimientos. Cuando el lector de esos comentarios se siente ideológicamente afín con la persona que los escribe, no encuentra ningún motivo para discrepar de ellos; es más, no puede menos que considerarlos como simples truísmos. Si tal o cual personajillo, o el mismo Zapatero, se expresan de una manera estúpida, el comentarista de turno no demuestra una especial agudeza al tachar de necias tales manifestaciones, pues opina ante evidencias.
Pero no solo los periodistas que se dedican al análisis político, urgidos por las exigencias del presente son los únicos que se equivocan cuando se aventuran en análisis que van más allá del simple comentario acerca de hechos o dichos puntuales. Error común de muchos de ellos, por ejemplo, fue creer que tras lo que denominan transición, España se convertía en una “democracia normal” y que por tal hazaña se presentaba ante el mundo como un paradigma a imitar. Erraron. Incluso sesudos profesores parecen haber sucumbido ante tal espejismo. Tengo sobre mi mesa un libro de Víctor Pérez-Díaz, prestigioso sociólogo, publicado en 2002. El libro se titula “Una interpretación liberal del futuro de España”. Yo creo, con toda modestia, que para empezar, el profesor se equivoca desde el título, dado que es dudoso que España tenga algún futuro, no liberal, sino de cualquier clase.
Es cierto que el presente, por su misma naturaleza, es difícil de interpretar. Colgado entre un pasado falsificado y un futuro problemático, el comentarista, o analista, si así se prefiere, naufraga con frecuencia. Puede ocurrir que el comentarista en cuestión crea estar ofreciendo soluciones para los problemas de la actualidad, cuando en verdad esas soluciones hubieran podido tener alguna eficacia en el pretérito, en el caso de haberse aplicado. El presente, embalado probablemente hacia un futuro no deseado por el analista, no admite ya sus propuestas, quizás porque no advierte que los hechos se desarrollan conforme a una fatalidad de la que él también será víctima. Tampoco deja de ser frecuente la ceguera, como cuando se anuncia una catástrofe futura sin advertir que la catástrofe ha sobrevenido ya. Un ejemplo lo tenemos en la llamada cuestión autonómica. Lo más seguro es que el fallo del desprestigiado Tribunal Constitucional venga a consagrar el finiquito de la nación española, o cuanto menos a establecer una nueva realidad por la que Cataluña se asegura su papel de potencia colonial sobre lo que quede de España. Y hay todavía quienes con la mejor voluntad proponen remedios para enderezar una situación sin remedio, o se escandalizan por algunas estúpidas declaraciones, siendo así que la situación en que se producen afecta ya al conjunto del país.
A veces los mejores análisis de las situaciones históricas se encuentran en donde menos se esperan. Tal es el caso, tan celebrado, de “La educación sentimental” de Flaubert. En su “Diario portugués”, confiesa Eliade que encuentra la literatura moderna española especialmente aburrida. Nada digamos del cine. ¿Como puede divertir una literatura o un cine en el que brillan por su ausencia la exposición de la complejidad de las situaciones históricas? Si resulta imposible encontrarla en los novelistas, que pueden por simple genialidad expresarla, ¿cabe esperarla en esos profesionales del embrollo que reciben el nombre de historiadores?
Mi tesis es ésta: nada se puede comprender acerca de la situación presente si no se desmonta el gran mito de la transición, si no se analiza en su conjunto el contexto en que se produjo. Para empezar, la Monarquía fragilizaba desde un principio la nueva situación, no sólo porque para su instauración fueran necesarios toda clase de compromisos, sino por su propia naturaleza. Un presidente de una república puede cometer mil errores; se le sustituye por otro y no pasa nada. No sucede igual con un Monarca, y más cuando los intereses de esa Monarquía no coinciden con los de la nación.
El “Cuéntame como pasó” no deja de ser un embeleco. Pasaron muchas más cosas. Todo el disparate actual arranca de ese pasado; a partir de él los hechos se han ido concatenando de una manera perfectamente previsible para el que no careciera de un poco de lucidez.
No creo, ni mucho menos, que esta breve exposición agote el tema del que me he ocupado.
Todos los esquemas en que se basa el nacionalismo estarían completamente fuera del debate político español y se mirarían como las cosas de chiste que son. Si no fuera porque en el inicio de la transición se le dio rango de respetabilidad con los elogios y las facilidades que se le dieron a Pujol. Alguien tendrá que explicar algún día por qué. Porque el largo período que fue el pujolismo no era solamente Pujol y sus cosas. Era el coro de la prensa madrileña elogiando al personaje, la mayoría de ellos sin saber de qué estaban hablando
Cristina, personajes como este Varela son, propiamente, idiotas, es decir, propios, sui generis; ¡como ellos mismos, vaya!
Lo más universal es lo particular, eso es riqueza; en los idiotas, lo más particular es lo universal del lugar común, lo general del tópico, eso es pobreza. Son muy suyos para ser lo mismo.
Brillante y certero Cristina. Y porque no es cuestión de abusar del espacio, pero el tal Castelao (que la condecoración más alta de Galicia lleve su nombre es una vergüenza, como la del tal Arana), entre otras cosas proponía para la reforma agraria de Castilla el modelo seguido en la URSS. Como lo oyen. Y sus teorías geológicas sobre la naturaleza granítica de Galicia y los efectos de su choque contra el resto de la península Ibérica, y sus burlas sobre la piedra caliza de "Castela" y las correspondientes extrapolaciones al carácter de las personas. Un perfecto idiota que no sabía qué era la democracia.
Y más y más burradas nacionalistas totalitarias. Además era un verdadero coñazo escribiendo.
Y también tiene Galicia "fiscal propio": Varela, al que podremos igualmente llamar el Juan Luis Cebrián del ministerio público.
Varela, qué gran Fiscal habrías hecho en el Tribunal de Orden Público franquista. No sé por qué me da que, si el sincronismo temporal hubiera sido otro, hoy llevarías una camisa azul y estarías babeando sobre la Una, Grande y Libre.