Sabíamos que a Conde-Pumpido le gustaba tocar la Internacional al piano. Es lo que procede cuando se guardan viejos esqueletos franquistas –y condenas de muerte a republicanos– en el armario familiar. Ahora hemos sabido que uno de sus protegidos, el fiscal superior de Galicia, coincide con Stalin. Según acaba de declarar, la comunidad en la que ejerce sus funciones es una nación, pues se ajusta a la definición que diera Castelao. Una definición, que tal y como aclaró el autor de Sempre en Galiza, procede del mismísimo Padrecito, el que desató el Terror, mantuvo su dictadura con una orgía de crímenes y ahogó en sangre las pretensiones de autonomía de las "repúblicas socialistas soviéticas".
Castelao era un águila. Así lo atestiguan sus memorables líneas dedicadas a elogiar la solución (final) que Stalin concibió para "el problema nacional". En cuanto al fiscal superior, que suscribe el disparate de esos dos peritos en naciones, pertenece a otra especie hoy abundante. Una que carece de respeto por la legalidad que ha de defender y que vulnera el principio de imparcialidad al que está sujeta. Y una que utiliza su condición de autoridad judicial para dar carta de naturaleza a los designios políticos de nacionalistas y socialistas. Es la especie que se mancha la toga cuanto haga falta, como predicó Conde-Pumpido en los días de vino y rosas con la ETA, para torcer la ley a conveniencia.
Carlos Varela, que ése es nuestro fiscal, encalla, además, en el ridículo. Sostiene que Galicia es una nación porque no sólo tiene "lengua propia", sino también "economía propia" y "hábitos psicológicos" propios. Por fortuna, el segundo supuesto rasgonacionalno se mantiene: cuando más "propia" era la economía gallega, las gentes emigraban por millares. La idea de que exista una psicología común a los gallegos raya en los estereotipos más vulgares. Aunque ya puestos, el fiscal olvida otras señas de identidad irrefutables. Tenemos clima propio, gastronomía propia, folklore propio y un sinfín dehechos diferencialesde esa clase. Incluso disponemos de imitadores propios del nacionalismo catalán y hasta de tontos propios. Si bien, por azares de la humana naturaleza, nuestros tontos son un calco de los tontos de cualquier nación, región y lugar del orbe.