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José García Domínguez

De la Iglesia vasca

Elorza, como el ilustre tonsurado, primero paseó bajo palio a los matarifes de Batasuna. Y ahora ansía que Benedicto XVI suscriba un concordato con Erkoreka para que a los obispos los consagre Arzallus tomando chiquitos en los batzokis de Bilbao.

Diríase que la fe del prelado Munilla obedece al más ortodoxo catolicismo hispano, según acaba de denunciar con hastío indisimulado el prestigioso teólogo donostiarra Onán Elorza. Una herejía, al parecer, nunca vista por esas parroquias: el insólito caso del cura que en lugar de rendir culto al dios de la tribu, adora al del Cielo. En fin, ya lo advirtió aquel filósofo anónimo del pueblo: "Hay gente pa to".

Demasiado cobarde para luchar y demasiado gordo para salir corriendo, ese Elorza, el Sancho Panza del Cantábrico que regenta su ínsula Barataria en Donosti, encarna un tipo de zascandil paradójico muy del país: el castizo que no cree en Dios, pero sí en los curas. La suya, pues, es una escatología que empieza y acaba en el fru-fru de las sotanas, que diría Alfonso Guerra. De ahí que le haya faltado tiempo con tal de sumarse a los ayatolás del PNV que exigen explicaciones al Vaticano por lo de Munilla. ¿Quién se debe creer que es el Papa de Roma para poner obispos en la provincia de Guipúzcoa?, barrunta nuestro Voltaire de brasero y sacristía.

Y es que Onán resulta ser un consumado maestro en el difícil arte de estar en misa y repicando, empeño que sólo los muy miserables llegan a consumar con pericia equiparable a la suya. Por algo Elorza, a imagen y semejanza del emérito Setién, ha sabido mantener una exquisita equidistancia moral entre las pistolas y las nucas. Así, como el ilustre tonsurado, primero paseó bajo palio a los matarifes de Batasuna. Y ahora ansía que Benedicto XVI suscriba un concordato con Erkoreka para que a los obispos los consagre Arzallus tomando chiquitos en los batzokis de Bilbao.

"Como se hieren y matan hombres por el servicio de la patria, puédese en sociedad católicamente organizada ajusticiar hombres por infracción del Código divino", garrapateó mosén Sardá y Salvany en El liberalismo es pecado
, aquel best-seller de la carcundia carpetovetónica de finales del XIX. La misma que poco después pondría una vela a Cristo y otra a Sabino Arana para predicar "la santa virtud del odio" –Salvany dixit– a los hijos del terruño. Así el espectro del cura Santa Cruz y su nueva partida, la de los cruzados de Uriarte. Pobres diablos.

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