Rocas y polvo. Es todo lo que han encontrado en el sitio donde pensaban dar con los huesos de Federico García Lorca. La tramoya necesaria. Con ellos iba a orquestar el Gobierno una representación por todo lo alto. Muerte y resurrección. Resurrección laica. Semana Santa todo el año. El año de Lorca, como poco. La víctima y los asesinos, eternos. Desde Recaredo hasta Aznar, y todavía.
Lorca sigue con nosotros, gracias a su poesía. Pero sus huesos... ¿será necesario decirlo? Sus huesos no hablan. Para ello es necesario un salto simbólico, que los convierta en protagonistas de una narración. No un relato histórico, porque es insuficiente. Un relato de memoria histórica: un recuerdo impreciso, una reconstrucción incompleta y falaz con la carga precisa de amor y de odio, y un villano lo suficientemente genérico (la derecha) como para poder concretarlo en media España, hoy y siempre. El Lorca verdadero murió. Y el que vive no dedicó su obra al odio político. Este Lorca en los huesos el que busca el Gobierno, sin éxito, es otro
Mientras nuestra derecha marxista se afana con los números, el INE(M) y las encuestas, nuestra izquierda tiene muy claro cuál es su objetivo, el poder sin medida, y el método, la apelación constante a los sentimientos. Esa es la razón de que los discursos de Zapatero sean tan vacíos, de que hable de la Tierra y el viento; siempre apela a los sentimientos. Un cortocircuito de la razón.
Funciona. La manipulación de los sentimientos le dio a Zapatero una victoria con la que él, sé bien lo que digo, no contaba. En 2008 otro atentado inundó de sentimientos el día de las elecciones, y en ese terreno la izquierda juega en casa. Pero esos sentimientos necesitan un marco ideológico para adquirir sentido y alcanzar toda su potencia, para ser efectivos. Por eso no se puede confiar la estrategia electoral en el número de parados y es necesario dar la batalla de las ideas.