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Clifford D. May

El caso de los Navy SEAL

El terrorista debe saber que las tropas que lo detienen no son como él: ellos no lo decapitarán mientras lo filman. Pero también debería saber que si busca que le rompan la boca, puede que acaben rompiéndosela.

¿En qué estarán pensando los mandos de la Marina de Estados Unidos? El 7 de diciembre, día en el que se conmemora el ataque a Pearl Harbor, un Navy Seal –miembro de la unidad élite de soldados americanos altamente calificados y extraordinariamente valientes– se enfrentará al cargo de haber propinado un puñetazo a un terrorista.

Para ser exacto, a un sospechoso de terrorismo: Ahmed Hashim Abed, el supuesto cabecilla detrás de la matanza, quema y mutilación de cuatro contratistas americanos en Faluya, Irak, en marzo de 2004. Después, los seguidores de Abed colgaron dos de los cadáveres desde un puente sobre el río Éufrates.

Abed fue reducido en una operación de los Navy SEAL en septiembre de 2009. Es poco claro qué sucedió después de eso. Estuvo bajo custodia americana, luego bajo custodia iraquí y finalmente regresó a estar bajo custodia americana. En algún momento, Abed afirmó que uno de los americanos que lo arrestó le pegó en el estómago o quizá en la boca.

 

Ahora tres Navy SEAL están en problemas. El oficial de segunda clase Matthew McCabe está acusado de "asalto, negligencia en el cumplimiento del deber por no proteger a un detenido y por falsedad en documento público". Además, los suboficiales de Marina Julio Heurtas y Jonathan Keefe están siendo acusados de "impedir la investigación y de negligencia en el cumplimiento del deber por no proteger a un detenido".

Los tres rechazaron la oferta de tener una audiencia disciplinaria no judicial, lo que permitiría que un comandante determinase lo que sucedió. Los tres afirman que ellos no le hicieron daño a Abed y quieren que se retiren todos los cargos. Los tres quieren seguir con sus carreras sin mancha, sin notas a pie de página, sin registro del caso en sus currículos. Los tres están dispuestos a arriesgarse a ir a prisión para conseguirlo. La corte marcial está programada para enero. No está claro si se traerá hasta Virginia a Abed, que está detenido en Irak, para enfrentarse a ellos en un tribunal.

Seguramente estos Navy SEAL, al igual que todos los ciudadanos americanos, merecen la presunción de inocencia. También vale la pena recordar que el manual de Al Qaeda recomienda que todos los detenidos se quejen de tortura y abuso.

Pero, ¿qué pasaría si resulta que uno de los Navy SEAL sí golpeó al individuo? ¿Y si Abed se estaba resistiendo al arresto o los escupió, o si se jactó de cómo mataron a los americanos (uno de los cuales era un Navy SEAL ya retirado) y de cómo rogaron por sus vidas y gritaron como borregos mientras morían? Puedo imaginarme cómo un individuo normal, uno incluso tan disciplinado como un Navy SEAL, podría perder los papeles por un momento.

En ese caso, no me esperaría que un alto mando hiciera la vista gorda. Me esperaría que se llevara a los Navy SEAL a un lado y les dijera: "Déjenme que sea muy claro: o me cortan esa movida a lo John Wayne o se me van a pelar patatas en un portaaviones en el Golfo Pérsico durante los seis próximos meses. ¿Entendido?". La contestación sería: "¡Sí, señor!, ¡Entendido, señor!". Y eso zanjaría el asunto.

¿Pero corte marcial? Quizá haya más de lo que sabemos. Pero, ¿cuánto más podría haber? Abed está vivo. Tiene los dos ojos, las dos orejas, todos los dedos de las manos y los pies. Hasta aquí todo claro: si un solo supuesto puñetazo es suficiente para retirar del campo de batalla a tres operativos especiales, Abed ha ganado esta batalla.

Al aceptar el Premio Nobel de la Paz, el presidente Obama dijo: "Incluso cuando enfrentamos crueles adversarios que no cumplen con ninguna regla, creo que Estados Unidos debe seguir dando el ejemplo respecto a estándares en conducta de guerra. Eso es lo que nos diferencia de quienes combatimos. Ésa es la fuente de nuestra fuerza".

 

Estoy de acuerdo. Nuestras tropas deben mantener los más altos estándares de conducta. A pesar de las raras pero exagaradamente publicitadas historias como la de Abu Ghraib, las tropas exhiben un grado de autocontrol que no se puede comparar siquiera con ningún otro ejército de la actualidad o del pasado.

Pero también hay que reconocer lo siguiente: la idea de que el derecho internacional otorga estrictas protecciones legales para terroristas es una nueva y dudosa innovación diseñada por abogados transnacionales en busca de poder para sí mismos y sus organizaciones y que se traducen en limitaciones sin precedentes de la soberanía americana. 

Las Convenciones de Ginebra son tratados que comprometen a sus signatarios a convertir los conflictos entre esos signatarios en algo menos brutal. Nunca fueron diseñadas para proteger a los que no las han firmado y que las violan por costumbre.

Como Obama observó con mucha razón, los terroristas no respetan ninguna regla. Por lo tanto, ellos no tienen derecho a la protección de las reglas. Si los tratamos de forma humana –como ya hacemos y debemos hacer– ésa es nuestra opción porque se basa en nuestros valores y estándares, en nuestro sentido de la humanidad. No se basa en los derechos de los terroristas. Las reglas que solamente atan las manos de una de las partes en un conflicto no son ni morales ni útiles.

Un terrorista bajo custodia americana debe ser consciente de que está en presencia de profesionales con principios. Pero no debe creer que es intocable o que tiene derecho a disfrutar de los derechos constitucionales que tiene un ciudadano americano protegido por la Constitución de Estados Unidos, un documento que un terrorista pisotearía con gusto.

El terrorista debe saber que las tropas que lo detienen no son como él: ellos no lo decapitarán mientras lo filman cantando alabanzas a una divinidad a la que le satisface esa carnicería. Pero también debería saber que si busca que le rompan la boca, puede que acaben rompiéndosela.

©2009 Scripps Howard News Service
©2009 Traducido por Miryam Lindberg

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