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Alberto Gómez

Demeritocracia

En la era de la razón son los torpes ambiciosos quienes marcan el paso. Porque para los inteligentes y cultos, el ejercicio de la razón lleva a la duda y por tanto es paralizante.

Parece que vivimos tiempos interesantes, en el sentido de la maldición china. Estamos en una época de cambios y parte de lo que conocemos desaparece. Acompañando a esto, ocurren acontecimientos graves como palizas a periodistas y amenazas y agresiones a políticos de derecha.

Hace unos días se cerró un grupo de Facebook que animaba a asesinar o dar una paliza a Esperanza Aguirre. Un blogger tomó una instantánea antes de que Facebook eliminara el grupo. Más de dos mil amenazas en pocos días. Releyéndolo se sienten en la nuca fantasmas que se creían desaparecidos.

Berlusconi ha sido salvajemente agredido hace dos días. También Berlusconi había sido amenazado en Facebook de forma similar. Por supuesto, el que consumó las amenazas fue un enfermo mental. Pero es que también son enfermos mentales, por causas innatas o sobrevenidas, los autores de las amenazas a Esperanza. Eso no quita, sino que añade, responsabilidad a los incitadores. Tampoco invalida por supuesto la naturaleza política de las agresiones.

Siempre han existido hordas embrutecidas dirigidas por demagogos, pero a medida que se ha inventado la prensa, la radio o la televisión, las facilidades para la demagogia han crecido. Posiblemente no hubiera sido posible el Tercer Reich sin la radio de Goebbels y la megafonía en los discursos de Hitler. Igualmente alarmante es la asunción de gran parte de la derecha de su condición de ciudadanos de segunda como algo natural. Las amenazas a Esperanza ni siquiera han merecido noticias en la prensa. Hace poco tiempo, el alcalde de Fago era asesinado socialmente una vez más en los reportajes de los periódicos y las televisiones, mientras se justificaba al victimario sin mencionar su militancia y el móvil político y de poder. La trayectoria de la derecha política, cultural y social tiene cientos de ejemplos de aceptación de esa dimmitud, ante lo cual los brutos y los demagogos no pueden sentir otra cosa que omnipotencia, hiperlegitimación e impunidad. Esa cesión injustificada de la derecha tiene gran parte de culpa de esta situación, que no se reduce al momento presente.

¿Como hemos llegado hasta aquí? Paradójicamente, en la era de la razón son los torpes ambiciosos quienes marcan el paso. Porque para los inteligentes y cultos, el ejercicio de la razón lleva a la duda y por tanto es paralizante. En cambio, para los obtusos la razón es la gran legitimadora. Para ellos, razón equivale a lo primero que se les asoma por la cabeza o a lo primero que oyen envuelto en la suficiente palabrería científico-cultural; sobre todo si lo dice uno de entre ellos que tenga suficiente éxito y ascendiente social.

Como consecuencia, los primeros, desorganizados e inactivos, acaban cediendo las instituciones a los torpes ambiciosos, que hacen demagogia en los medios para adoctrinar a las hordas. Tanto unos como otros han abandonado el sentido común y los valores: en caso contrario, los primeros no dudarían tanto, y los segundos, se darían cuenta de sus limitaciones y se refrenarían. Pero como no sucede, se completa un escenario para el gobierno desbocado de los peores.

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