La semana pasada, Facebook decidió cambiar su política de privacidad, que es lo que en general solemos entender como intimidad, aunque la RAE no nos lo admita. Decidió ofrecer un control mayor y más centralizado sobre qué contenidos queremos hacer públicos y a quién, y cuáles deseamos que sólo conozcan nuestros amigos.
Facebook se ha ido convirtiendo en hegemónica en buena parte del mundo y como este tipo de herramientas son más útiles conforme más personas hay en ellas, cabe concluir que está aquí para quedarse, y sus decisiones sobre la protección de la intimidad de los usuarios hay que mirarlas con lupa. Según los internautas han ido entrando en esta red social, cada vez han aparecido más noticias del tipo "encuentra a su hijo perdido" o "le dan una paliza por subir unas fotos", lo que ilustra la importancia que puede tener el acertar con el grado
Hay que tener en cuenta que a Facebook, a igualdad de condiciones, lo que le interesaría es que hiciéramos público absolutamente todo el contenido que volcamos en sus servidores: los amigos, las actualizaciones de estado, las fotos... De este modo, quienes aún no están dentro podrían percibir mejor la utilidad del invento buscando por algún amiguete en Google u otro buscador. Sin embargo, esto es "a igualdad de condiciones", y eso no se da. La mayoría de los usuarios quieren mantener todo o casi todo lo más privado posible, y cualquier intento de Facebook de cambiar esto podría provocar una huida de muchos de sus usuarios o, al menos, una reducción de su presencia en la red social, cambiando los datos y poniendo otros falsos, eliminando amigos y fotos, etc. Es decir, todo lo contrario a lo que querrían Mark Zuckerberg y sus cuates.
Así, con este cambio, Facebook ha querido matar dos pájaros de un tiro. Por un lado, ha ofrecido mucho más control a sus usuarios, algo que estos agradecerán. Se pueden precisar unas políticas generales de privacidad más detalladas y más fáciles de modificar al estar todas ellas en una sola página. Y por otro lado, cuando se añade algo de contenido al perfil, se puede especificar quién queremos que pueda acceder a él. Podemos hacer listas de nuestros amigos en Facebook, por ejemplo "Compañeros de trabajo", "Pandilla", "Familia" o lo que sea y luego publicar las fotos de la última fiesta sólo a los amigos, por ejemplo, y dejar que en el curro y en casa sigan creyendo que somos una persona seria.
Pero también han sido un poco sucios a la hora de plantear estos cambios a los usuarios. Cuando se les ha presentado el resumen de las nuevas opciones han puesto cada una de las categorías ("información personal", "contacto", etc.) con dos opciones para escoger: lo que teníamos antes y lo que Facebook quiere que pongamos. Y esto último... ¡es lo que viene por defecto! Así, muchos usuarios pueden haberse fiado de la red social y ahora estar compartiendo con demasiada gente datos que quizá desearían que fueran más privados.
No obstante, al menos Facebook se preocupa por este asunto. Google ha demostrado que no. Su consejero delegado, Eric Schmidt, el "otro", el que no es ni Larry Page ni Sergey Brin, ha dicho que "si hay algo que no quieres que nadie sepa, quizá no deberías haberlo hecho en primer lugar". Resulta irónico, dado que Google ordenó a sus empleados que no hablaran con los periodistas de CNET después de que ese medio publicara todo tipo de información sobre Schmidt –salario, barrio en el que vivía, donaciones políticas– que había obtenido del propio buscador, como modo de dar la voz de alarma sobre la falta de privacidad que teníamos en internet. ¿Acaso le avergonzaba algo de lo que publicaron? No, claro. Pero a nadie le hace gracia ver su intimidad expuesta en internet, y a Schmidt menos que a nadie. Es un argumento tan estúpido como defender que quien se niega a que la policía entre en su casa sin orden judicial es que "tiene algo que esconder".
Google lleva muchísimo tiempo intentando convencernos de que son buenos y de que los datos que recopilan de nosotros los emplean para dar un mejor servicio, no para hacer cosas feas con ellos. Acaban de tirar a la basura años de declaraciones públicas. Al menos, ya sabemos a qué atenernos.