Una jornada normal
España es sólo una fórmula, un simple nombre, para ocultar su desintegración. ¡De la Constitución para qué hablar! O se reforma o se certifica su defunción. Ya ha pasado el tiempo de su defensa, cuando el propio Tribunal Constitucional la ha mancillado.
La presentadora del telediario de Antena 3 resumía perfectamente la situación de España: "La jornada del referéndum de secesión de Cataluña ha transcurrido normalmente. No ha habido problemas que registrar." No se podía hacer mejor descripción o certificación de la desaparición de la nación española. España está sin pulso, pero la casta política oculta esa muerte, porque corre el riesgo de quedarse sin trabajo. Mientras tanto, es nuestro deber preguntarnos: ¿Qué significado político tienen los referendos celebrados en Cataluña? Son el comienzo de una búsqueda formal que legalice lo real: la desintegración de España. Esto es lo que millones de españoles no quieren ver ni reconocer; o peor, se dejan engañar por la casta política.
¿Cuánto tiempo todavía tendremos que esperar para que muchos abran los ojos para ver lo real? Todavía falta. ¿Cuánto tiempo aguantará esta mala comedia? Sospecho que más de lo que algunos desearían. Pero llegará el día, más pronto que tarde, en que se enteren todos de lo que ya intuye la mayoría: España está desintegrada. Su vertebración a partir de un Estado-nacional es inexistente. Basta ver nuestras miserias internacionales para saber que la nación está desintegrada. Más aún, cualquier lector un poco avisado, sin otra ayuda que su capacidad de observación, pudiera dar tantos o más ejemplos que este cronista sobre la desintegración del Estado-nacional.
Así las cosas, me parece que es una frase manida y ridícula decir que es inminente el peligro de fragmentación de España. Quienes dicen eso son unos bárbaros. O peor, listillos, gentes aprovechadas, que se unen al coro de golpistas institucionales que repiten una frase terrible: "Aquí no pasa nada". Eso es mentira. Es una ocultación de lo real: España está desintegrada. Falta, naturalmente, el reconocimiento formal de esa ruptura real y material. Esa es la intención, insisto, de los cientos de referendos que se celebraron en Cataluña. Se trata de una búsqueda formal y jurídica, en realidad, de una fórmula no "sangrienta" que certifique lo real. El Estatuto de Cataluña es otra.
Por supuesto, que hasta llegar aquí hemos tenido que pasar por mentiras similares. Recordemos algunos de esos engaños: hablando se entiende la gente, dijo el Rey, a los separatistas catalanes. España es, según el jefe de Gobierno, un concepto discutido y discutible. He ahí un par de frases, junto a otras muchas que podríamos añadir, para ocultar un asunto obvio, a saber, la ocultación de algo que ya es un secreto a voces: España es sólo una fórmula, un simple nombre, para ocultar su desintegración. ¡De la Constitución para qué hablar! O se reforma o se certifica su defunción. Ya ha pasado el tiempo de su defensa, cuando el propio Tribunal Constitucional la ha mancillado.
En esta dramática circunstancia de la democracia española, los referendos de Cataluña son un paso más, otro, para prepararnos para la tragedia final. Llegará. Nadie lo ponga en duda. Es el destino que les tiene reservado la historia de España a los cobardes y a los melifluos. Todos tendrán su lugar en la historia de la traición a España. De momento, el Rey y Zapatero ya tienen sus respectivos espacios al lado de Pi i Margall y Azaña.
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