La verdad de la ciencia aliada con la mentira política sólo puede producir monstruos. Es, de todas formas, la ciencia lo único a lo que pueden recurrir los políticos de las sociedades democráticas liberales de hoy para convencer a un amplio sector de la población sobre la veracidad y conveniencia de sus propuestas. Un Estado laico o aconfesional se apoya mejor en el sacerdocio de la ciencia que en el de la religión. Los defensores de grandes causas de hoy tienen que ofrecer al menos una apariencia de obedecer al rigor metodológico y a una racionalidad pragmática y empirista. Por eso el lobby del cambio climático ha llegado tan lejos. Ese castillo de naipes caerá empero con la leve fluctuación del aire provocada por el aleteo de mariposa de un simple hacker. Cosas de la sociedad de la información.
En lo que se llama Occidente, no obstante, estamos psicológica y sociológicamente lejos de comprender las grandes causas. Aquí asumir las consecuencias de las propias acciones y concepciones no es la filosofía predilecta. El buenismo hipócrita impera. "Mejor morir que matar", Bono dixit. Leemos en los textos históricos sobre el pasado o nos enteramos por televisión de los sucesos de los países atrasados con auténtica incredulidad y consternación. En ese otro mundo, que es el de nuestra historia y el del presente mísero y violento que está más allá de nuestras fronteras, en ese otro mundo alejado pues en tiempo y/o espacio, del que tenemos noticias por los medios o por la cultura, la gente mata y muere con la mayor naturalidad. La tan denostada competencia capitalista resulta ser enormemente suave al lado de esa despiadada lucha por la existencia que se da en la precariedad.
Las grandes causas no van ni pueden ir asociadas a la ciencia, son previas a un conocimiento detallado del mundo, que las deja de lado, pero tienen más fuerza, en su contexto. En principio, en "estado de naturaleza" no hay otra racionalidad que la que dictan las emociones y los sentimientos de pertenencia a la tribu, al clan, a un grupo social, religioso, político o cultural, que son el lugar donde el ser humano se siente confortado, protegido, integrado, parte de algo, capaz de trascender una individualidad demasiado frágil. La retórica y los rituales están al servicio de la necesidad, no de la verdad. Una vez hemos desarrollado una civilización, los mitos y las imposiciones en nombre de grandes ideales se transforman en imposturas intelectuales y morales. La única gran causa que nos queda por defender es la de la libertad, fundamento de la prosperidad y del fin de todas las otras grandes causas.
En la medida en que las necesidades quedan satisfechas con el desarrollo tecnológico y económico, y tenemos prosperidad y libertad suficientes, nos resultan más sorprendentes los rasgos que en un entorno más exigente y competitivo son netamente adaptativos. Morir por la causa es estar dispuesto a dar lo que más valor tiene, que es la propia vida, por algún ideal de grupo. Uno muere para que sus hermanos y hermanas del grupo X o Y tengan mejores oportunidades de mejorar su situación. Es la entrega altruista suprema. Es lo que está dispuesta a hacer la activista saharaui Aminatu Haidar: entregar su vida. Y mientras, los terroristas de Al Qaeda en el Magreb no dudarán en cortar las cabezas de los tres cooperantes humanitarios catalanes por su causa, el Califato Universal. El loable deseo de los cooperantes de ayudar al prójimo se ha encontrado con el lado siniestro de la necesidad: la utopía.
Desde el punto de vista de la psicología evolucionista, esto es, del estudio de nuestra mente y de nuestro comportamiento como productos depurados de la evolución biológica, una de los asuntos más difíciles de explicar es el de las muertes por la causa, tales como la de los terroristas suicidas (mezcla monstruosa de lo mejor y lo peor del ser humano entregado a una causa). ¿Por qué alguien muere por cosas abstractas que en nada sirven a la perpetuación de su patrimonio genético? ¿Qué gana con ello? La respuesta está en el grupo. Somos animales grupales, y aquellos grupos cuyos miembros están más dispuestos a arriesgar sus vidas por su perpetuación tendrán más probabilidades de sobrevivir, frente a otros grupos adversarios, que compiten por los recursos. El patrimonio genético y cultural del clan se salvaguardan, aún con la pérdida de algunos de sus mejores miembros. Nosotros hemos alcanzado un estadio en el que de la necesidad no se hace virtud. Ahora sólo tenemos la ciencia y la libertad. De cómo las defendamos y del uso que hagamos de ellas depende el futuro de la civilización occidental, y de cualquier forma de civilización que merezca ese nombre.