Ya empezaron
El afán totalitario siempre genera falsos espontáneos que se ponen a patear a la gente por si acaso, por si hay quien no quiere abortar, ni dejar de fumar, ni que haya parados: por si se desvía, vamos.
Iba a pasar. Lo percibo desde hace rato. Le pegaron a Hermann Tertsch. Es el primero. No se dice por qué, nadie le explicó nada. Pero da la casualidad de que ocurrió poco después de que este periodista y amigo, hombre valiente, desterrado por ello del imperio Polanco, anunciara que se iba a querellar contra el pequeño Wyoming. La cosa se inició cuando Tertsch dijo en el Diario de la Noche que estaba dispuesto a matar a unos cuantos terroristas de Al Qaeda para liberar a los secuestrados españoles de Mauritania. Wyoming replicó en su magazine oficialista de la Sexta diciendo que así se inician las guerras. Tertsch, evidentemente, le estaba respondiendo al ex presidente autonómico, ex ministro, actual presidente de ese Congreso de los Diputados que ahora quiere sesionar en Palestina, ése, Bono, el que dijo que prefería que lo mataran antes de matar a nadie, toda una filosofía si se toma en cuenta que el hombre era entonces ministro de Defensa.
Ésa es la historia mínima. La máxima se remonta a hace unos noventa años, cuando los nazis empezaron a agredir a la gente por la calle, a incendiar el Reichstag para colgarle la culpa a otros, a romper escaparates de tiendas judías. O un poco antes, cuando los squadristi se lanzaron a la misma política, antes y después de la Marcha sobre Roma. Vivimos una democracia autoritaria, en la que los que ocupan el Estado desean en demasía perpetuarse en él. El afán totalitario siempre genera falsos espontáneos que se ponen a patear a la gente por si acaso, por si hay quien no quiere abortar, ni dejar de fumar, ni que haya parados: por si se desvía, vamos. Recuerdo que hace unos años comimos en Laredo, territorio amenazado por los euskaldunizadores forzosos, Iñaki Ezquerra, que ocificiaba de anfitrión, Tertsch y el que suscribe, rodeados de escoltas. El riesgo era ETA, una cosa definida, concreta, y los escoltas eran pagados por el Estado. Contra esto no podemos pedir protección oficial, pero lo que le ha pasado a Hermann nos va a pasar a unos cuantos: los piqueteros son así. No tienen amo reconocible, como Julius Streicher, porque les da vergüenza hasta a ellos asumirlos, pero están ahí y sirven a quien sirven. Hemos pasado una línea puesta por ellos, invisible en democracia, pero realmente existente cuando la democracia lo es sólo a medias. El que toque el timbre a las seis de la mañana ya puede no ser el lechero.
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