Los partidos son una pieza clave de nuestro sistema democrático y la Constitución reconoce su importancia cuando en su Título Preliminar –artículo 6º– dice sobre ellos: "Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la Ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos". A partir de aquí, nuestro sistema electoral es proporcional y con listas cerradas, lo que da un gran poder a la dirección del partido político. Esto hace que, al mismo tiempo, se limite el poder de aquellos militantes que no se encuentran a gusto con la dirección en un determinado momento y, por supuesto, el de los militantes de base, que al final son los sustentadores reales de la organización y de sus ideales.
Pero con el tiempo se ve más claramente la necesidad de modificar la Constitución cuando recoge, en su artículo 68 y para el Congreso, que el sistema electoral es el proporcional y que la circunscripción electoral es la provincia. Esto, que ha sido desarrollado por la Ley Orgánica de Régimen Electoral General, puede convertirse en un germen muy dañino para la democracia española, ya que un sistema electoral con circunscripciones más pequeñas, en donde se eligiera a un candidato exclusivamente, haría que el organigrama de los partidos políticos tuvieran menos importancia y que la ganaran los candidatos y los electores, que tendrían una referencia más concreta de a quien votan.
De esta forma, una transición de nuestro sistema electoral al mayoritario evitaría la existencia de partidos políticos como grupos de presión y, al mismo tiempo, haría que los partidos políticos no necesitaran de estructuras tan amplias como las actuales –lo que no es más que una invitación a la corrupción, tanto porque las formaciones requieren organizaciones tan grandes que no se las pueden costear como porque se les acercan una gran cantidad de arribistas. Por tanto, ese ahorro en la estructura del partido político, que se construiría de abajo arriba, y no de arriba abajo, haría no sólo un partido más democrático, sino más barato.
Y los votantes, que al final son los puntos principales de la democracia, tendrían más fácil su elección entre diversos partidos políticos, cada uno de ellos en su circunscripción electoral, con un candidato único que tendría que rendir cuentas, algo que ocurre en países con democracias tan consolidadas como Gran Bretaña o Estados Unidos.