La favela de Gallardón
Las fotografías de la favela Madrid-Río no son una anécdota, son un insulto al contribuyente. Uno más. El dinero gastado en ese proyecto faraónico exigiría algo más que explicaciones. No las esperen.
Lo de Madrid-Río –una playa fluvial que ocupe el espacio de la soterrada M-30 en el caudaloso Manzanares– demuestra que Gallardón además de hortera es un cenizo. Su gran operación urbanística ya anticipaba el fracaso de su otro gran proyecto: los Juegos Olímpicos. Madrid-Río, precisamente Río. Es muy gafe y menos mal, si no ¿qué sería de nosotros? El déspota capitalino es uno de esos políticos que combinan a la perfección la ruina moral y material. Ha endeudado el ayuntamiento para décadas y el estandarte de su Nuevo Madrid es hoy un poblado chabolista. Otra vez aparece Río y sus favelas. Cenizo.
Aunque conociendo al personaje no descarten que se trate de su particular venganza contra el COI por frustrar su penúltimo tren a La Moncloa: ¡Manolo, ¿no querían favelas?, pues ahí las tienen! Y el esclavo moral se encargará de reunir a los indigentes que sean necesarios para satisfacer a su amo. Las pataletas son marca de la casa, de palacio. La siniestra pareja domina todos los registros. Gallardón lo borda como plañidera desconsolada, recordarán sus pucheros cuando Rajoy le dejó fuera de las listas. Cobo se desenvuelve mejor como despechado vengativo. Llevaban meses entretenidos con la candidatura olímpica, pero sólo tuvieron que pasar un par de semanas para que el esclavo lanzase sus vómitos prisaicos contra Esperanza Aguirre.
A Gallardón no le molesta que le critiquen por cuestiones de principios. Carece de ellos. Decir de él que es un socialista camuflado es una obviedad, pero también un elogio. A ello ha consagrado su carrera política. Tanto lo ha interiorizado que les supera en todo, lo malo. En la gestión, también, y esto le duele más al alcalde. Pero se lo diremos, y no sin placer. Compite con Zapatero en despilfarro y endeudamiento. Le apasiona abrir zanjas, crear todo tipo de impuestos nuevos y subir los ya existentes. Miente más que habla, y los mismos –no son pocos precisamente– que reconocen esa cosa que llaman carisma en uno, también lo hacen en el otro. Será que encuentran placentero que les arruinen y tomen por imbéciles. No pretendo comprender las perversiones ajenas. Lo que me molesta es pagárselas.
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