En España, la obsesión por labrarse a toda costa un pasado solía ser patología exclusiva de esa izquierda vergonzante que nunca movió un dedo contra Franco, entre otras poderosas razones, porque durante los malos tiempos para la lírica tuvo la prudencia de no existir. Tanto lo ansiaba que las legiones de heroicos antifascistas alumbradas por la Transición acabaron creyéndose en serio la memoria postiza que ellas mismas fabricaron.
Así, esa generación consiguió implantarse falsos recuerdos en el cerebro con la misma naturalidad que las marujas se inyectan Botox en la frente. De ahí, entre otras célebres fantasías, la de los miles de españoles que levantaron con sus propias manos las barricadas del mayo francés; el relato canónico de esos diecinueve o veinte millones de compatriotas que juran haber corrido delante de "los grises"; o la novela negra de las masas innumeras que, beodas, se dieron al público jolgorio en calles y plazas tras acusar recibo de la muerte del dictador. La prosaica realidad, que nadie aquí pugnó jamás por la democracia, resulta ociosa a esos efectos balsámicos. Los cuatro gatos contados que incordiaron un poco al Régimen fueron comunistas. No luchaban, pues, por la democracia, sino contra ella. Por algo la retrataron siempre adornada con una ristra infinita de apellidos ignominiosos: burguesa, formal, falsa, capitalista, indirecta..., todos ellos, huelga decirlo, sinónimos de "asquerosa". ¿Mas a quién importa la realidad?
Todo se pega, por lo demás. Y es que esa afección crónica del alma progre, la impostada impostura biográfica, ya se ha contagiado a sus iguales de la derecha. Sin ir más lejos, he ahí, paradigmático, el caso clínico del paciente Rajoy Brey, afectado que anda pregonando a los cuatro vientos: "Yo cogí un partido en la oposición que perdió las elecciones". Descartados tanto los estimulantes artificiales como la teoría freudiana del recuerdo reprimido, sólo cabe ese diagnóstico: el hombre vive persuadido de estar recordando lo que en verdad cree que ocurrió al ser designado por Aznar con tal de que heredara la Presidencia del Gobierno. La psiquiatría clínica ha documentado miles de casos similares al suyo. Adultos seguros de haber sido víctimas de abusos en la infancia, personasprogramadaspara creer que protagonizaron acontecimientos con los que nada tuvieron que ver,implantadoresde recuerdos travestidos de psicoanalistas... En fin, confiemos en la ciencia. Quizá dé con alguna cura.