¿Ha merecido la pena?
La idea de Zelaya es ser repuesto en el poder contra el Parlamento, la judicatura y el Gobierno. Y que no se celebren las elecciones. Si alguien tenía dudas de quién era el golpista, no podía ser ahora más evidente.
Con los acuerdos del 29 de octubre, Honduras cedió mucho. Demasiado. Lo peor, aceptar que sus supuestos pecadillos eran equiparables a una agresión en toda regla del chavismo. Durante unos meses, fracasado el golpe de Zelaya, el chavismo buscó sentar a Honduras en una mesa de negociación. Lo logró, con el cómplice apoyo de casi todos, que se escandalizaban por el comportamiento hondureño pero hacían como si no veían la maniobra imperialista de Chávez, que incluía desestabilización social, mutilación territorial, armamento para los zelayistas y amenazas públicas de guerra. Durante meses, Honduras jugó respetando todas las reglas contra un enemigo que no respetaba ninguna: para colmo, el árbitro –OEA, ONU, UE– se puso de parte del infractor, y obligó a la democracia hondureña a bajar la cerviz y sentarse con el a veces peligroso y a veces ridículo títere de Chávez.
Lo curioso es que cuando Chávez lleva a cabo sus fechorías, ni siquiera disimula o las esconde: las democracias occidentales le perdonan todo, y le dan alas en su estrategia de extender su miserable régimen por el continente americano. Incluso las amenazas forman parte de la propaganda del gorila rojo. En estos meses, el mayor éxito de la propaganda chavista ha sido la consideración de Micheletti como presidente "de facto" –cuando más "de iure" no se puede ser– y dando por supuesto que Zelaya es en el fondo el presidente "de iure", cuando lo que pretende el hombre de Chávez en Honduras es ser reubicado por el artículo 33 en el sillón presidencial, contra toda la legalidad constitucional. No nos negarán que mérito tiene, la propaganda bolivariana. En los últimos meses, casi lo consigue: la presión de la comunidad internacional obligó a las instituciones hondureñas a sentarse a negociar con un personaje al que sus habitantes rechazan
Resultado: hemos vuelto a empezar. Zelaya no admite lo único que es admisible: que el Congreso decida y se celebren las elecciones de noviembre. Su idea es ser repuesto en el poder contra el Parlamento, la judicatura, el Gobierno, los medios de comunicación, las encuestas y todo lo que se ponga por delante. Y que no se celebren las elecciones en las que se mostrará el apoyo a unos y a otros. O sea, como en junio. Desde luego, si alguien tenía dudas de quién era el golpista, no podía ser ahora más evidente. Desde la embajada brasileña, convertida en foco de inestabilización, un Zelaya debilitado políticamente busca volver a poner en marcha el proceso de toma del poder.
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